«En el Senado se
promueven varios escándalos». Así titulaba El Siglo Futuro del 5 de
julio de 1923 los graves sucesos ocurridos en la Alta Cámara. Y es que en raras
ocasiones el Senado ha sido el centro del interés político a lo largo de su
historia y más raro todavía que lo fuese durante casi una semana. Pero los
sucesos ocurridos durante la primera semana del mes de julio de 1923 quedarían
marcados para siempre en la historia de este Cuerpo Colegislador. Bien es
cierto que lo que en esos días se vivió en el Senado no fue más que el fiel
reflejo de lo que se venía viviendo en España desde hacía más de una década:
crisis; bien política, militar o social. Los rumores de un golpe de Estado eran
cada vez más insistentes.
En el Senado se estaba
tramitando durante el primer semestre del año el suplicatorio del general
Berenguer. Debido a su condición de senador vitalicio, designado por R.D. de 3
de enero de 1921, el Consejo Supremo de Guerra y Marina solicitó el
suplicatorio para poderlo procesar por sus responsabilidades como Alto
Comisario de España en el Protectorado de Marruecos durante la derrota de
Annual[1] (22 de julio de 1921) y el
posterior asedio y rendición de Monte Arruit. Aquella derrota causó un profundo
malestar en la sociedad y política españolas. Vendría a ahondar la crisis que
ya vivía el régimen al sumarle un enfrentamiento entre sectores civiles y
militares.
En la sesión del 28 de
junio de 1923, el senador don Joaquín Sánchez de Toca[2] hizo una defensa del
general Berenguer y mostró su disconformidad con la concesión del suplicatorio:
«me parece que es un mal precedente que
no debemos consentir en esta Cámara». Argumentó los problemas
constitucionales que implicaba el suplicatorio:
«Este
suplicatorio vino aquí, me parece, que el 8, el 10 o el 14 de noviembre de
1922; estaba yo presidiendo la Cámara. Dos días antes había tenido una primera
noticia extraoficial, […] y el mismo día o al siguiente de tener confirmación
de que eso iba a acontecer, recibí a las nueve de la noche, por venir el
Oficial Mayor de esta Cámara a entregármelo, el pliego del suplicatorio. Me lo
traía a mi casa por la circunstancia de faltarle un requisito esencial, de ley,
aunque adjetivo. Ese suplicatorio no venía con los sellos, cautela que con
mucha previsión impone nuestro régimen de suplicatorios en las dos Cámaras.
Deben venir sellados a través de sus respectivas jurisdicciones, de la suprema
autoridad de la respectiva jurisdicción, por Gracia y Justicia o por el
Ministerio de la Guerra si es el Consejo Supremo de Guerra y Marina quien
solicita el suplicatorio. Venía sin los sellos».[3]
Joaquín Sánchez de Toca y Calvo, marqués de Toca. 1909. Luis Menéndez Pidal. Senado. |
A pesar de su posición en contra, Sánchez de Toca solicitó al Senado que en atención a lo que pidió en la sesión del 5 de diciembre de 1922 el general Berenguer, se concediese el suplicatorio. Además, solicitaba que la votación no fuese por bolas o nominal, sino por unanimidad, a lo cual se atendió y quedó aprobado el suplicatorio.
Hasta aquí nada podía
presagiar lo que ocurriría días más tarde. A las diez de la noche del sábado 30
de junio el conde de Romanones, presidente del Senado, se encontraba en su
finca de Miralcampo cuando recibió una llamada telefónica de Sánchez de Toca.
Éste le informaba de una insultante y amenazadora carta que había recibido
momentos antes (a las nueve de la noche) por parte del presidente del Consejo
Supremo de Guerra y Marina, el general Francisco Aguilera y Egea, y que por sus
formas consideraba que debía leer ante el Senado. Debido al mal estado de la
línea telefónica acordaron que no dirían nada de la carta y que ya se verían en
Madrid.
Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones. José María López Mezquita (copia de Dolores Sánchez Bravo). Senado. |
El martes 3 de julio,
llegó Romanones a las diez de la mañana a la capital y acudió al domicilio de
Sánchez de Toca que le dio a leer la siguiente carta:
El
presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina.
30
de junio de 1923.
Excmo.
Sr. D. Joaquín Sánchez de Toca.
Muy
señor mío: En el Diario de Sesiones del jueves, 28 de este mes de junio, he
leído su discurso, en el que falta a la verdad. En él se dice que el
suplicatorio del Sr. Berenguer no se le había mandado a usted, en aquella época
Presidente del Senado, con arreglo a las costumbres establecidas y por conducto
del Ministro de la Guerra, empleando adjetivos muy suyos. Como esta maldad de
usted va dirigida contra mi persona como presidente del Consejo Supremo de
Guerra y Marina, maldad muy en armonía con su moral deprabada [sic], he de
manifestarle que la repetición de este caso u otro análogo me obligará a
proceder con usted con el rigor y energía que se merecen los hombres de su
calaña.
Queda
a sus órdenes,
Francisco
de Aguilera.
El conde de Romanones
quedó impresionado por la carta que acababa de leer y suplicó a Sánchez de Toca
que no la leyese ante la Cámara, ya que tal era su intención. El senador
conservador mantuvo su postura, puesto que consideraba que dar lectura a la
carta en el Senado no era una defensa propia sino hacer valer y defender los
fueros y prerrogativas del alto Cuerpo Colegislador, ya que la carta constituía
un ataque y amenaza a la inviolabilidad de un senador por sus discursos en sede
parlamentaria. Tras marcharse, Romanones acudió al Senado y telefoneó al
Palacio Real con el fin de ponerse en contacto con el presidente del Consejo de
Ministros, el marqués de Alhucemas, que en esos momentos se encontraba allí.
Ante la urgencia mostrada por Romanones, don Manuel García Prieto acudió a la
Alta Cámara para reunirse con él y hablaron sobre la intención de Sánchez de
Toca. El ataque a la inviolabilidad de un senador por parte del presidente de
un organismo del Estado, como el Consejo Supremo de Guerra y Marina, sólo tenía
un camino: acudir al Tribunal Supremo. Terminada la reunión con el marqués de
Alhucemas, Romanones llamó al general Aguilera por si quería acudir a la sesión
de la tarde a dar explicaciones, pero lo rechazó.
Al poco de pasar la tres
de la tarde, don Joaquín Sánchez de Toca llegó al Senado y acudió directo al
despacho del presidente. La noticia de que algo importante iba a suceder se
respiraba en el ambiente. Varios periodistas preguntaron al senador por su
intención de leer la carta, algo que él confirmó, aumentándose con esto la
expectación. Dentro del despacho se encontraban reunidos los dos presidentes,
el del Senado y el del Consejo de Ministros, y el senador Sánchez de Toca. En
el despacho central de la presidencia aguardaban los ministros del Gobierno a
la espera de saber el desenlace de la reunión, al igual que numerosos
senadores, periodistas y otros políticos como el diputado don José Sánchez
Guerra[4], jefe del Partido
Conservador. Finalmente, salieron los tres y comunicaron lo que todos ya
esperaban que sucedería: la carta se iba a leer en el Salón de Sesiones.
Se abrió la sesión a las
tres y cincuenta y cinco minutos de la tarde. Tras algunos asuntos, el conde de
Romanones dio la palabra al Sr. Sánchez de Toca que se puso en pie. Pasó a
relatar cómo recibió la carta la noche del sábado 30 de junio y procedió a
leerla ante la Cámara allí reunida. Los rumores y protestas durante la lectura
fueron numerosos, «¡qué atrocidad!»
exclamaron varios senadores. Tras la lectura de la carta continuó:
«No
sé si en algún Parlamento habrá precedente de caso parecido, sobre todo
procediendo de una autoridad tan eminente como la que significa presidir el
Consejo Supremo de Guerra y Marina. En España, a pesar de lo accidentado de
nuestra vida constitucional, precedente como este no se registra. Yo creo que,
por lo que significa el principio de inviolabilidad de los discursos y opiniones
en el salón de sesiones de nuestro Parlamento, como fundamentales esencias del
mismo régimen, este caso está en la categoría de esos excepcionales que los
romanos decían de ‘’res’’ pública, en los cuales los cónsules proveían.
En
la tarde de hoy, a mi entender, sobre esto no cabe incidencia ninguna. En todos
ha de presidir la serenidad suficiente para que el acto de hoy se reduzca a
recibir el documento y darle la tramitación que le corresponda».[5]
Acto seguido el senador don
José Villalba Riquelme solicitó la palabra con el fin de «defender a un
ausente» en alusión al general Aguilera, pero fueron tales los rumores y las
protestas que se levantaron entre los escaños y en las tribunas que el
presidente hubo de llamar al orden agitando la campanilla fuertemente.
Romanones denegó la palabra al general Villalba y éste lo acató sentándose de
nuevo. El presidente dio por cerrado el asunto, pero entre los senadores se
alzaron voces insistentes que decían: «¿Y
el Gobierno?». Atendiendo a esta demanda, el marqués de Alhucemas pidió la
palabra para agradecer la mesura y prudencia mostradas por el Sr. Sánchez de
Toca y añadir que la Presidencia del Senado, una vez que ha tenido en su poder
el documento, lo trasladará al fiscal del Tribunal Supremo para darle el correspondiente
trámite. Por todo lo cual, el Gobierno a través de él lamentaba el incidente
ocurrido.
Antes de la sesión, el
presidente ya se había asesorado por el Oficial Mayor del Senado, don Moisés
García Muñoz, y tenía claro que había que dar cuenta de todo al fiscal del
Tribunal Supremo. Por eso, durante la sesión se ausentó de la presidencia y
conferenció en su despacho con los ministros de Gracia y Justicia, don Antonio
López Muñoz; y de Guerra, el general Luis Aizpuru Mondéjar. La finalidad de la
reunión era dar a conocer a ambos su intención de entregar la carta al fiscal
del Tribunal Supremo y quería tener la deferencia de comunicárselo antes al
general Aizpuru, ya que don Francisco Aguilera además de senador era militar.
La sesión se levantó a
las seis y cuarto, y Romanones pasó a su despacho para conversar con el fiscal
del Tribunal Supremo, don José Lladó Vallés, al que puso al corriente de lo
sucedido. A su salida, Lladó se limitaría a decir a los periodistas que «este es un caso que se estudia y se
resuelve en quince minutos».
Al día siguiente, el
miércoles 4 de julio, la expectación se seguía manteniendo. Se difundió la
noticia de que el general Aguilera acudiría al Senado a hablar ante la Cámara.
El propio general había declarado a un periodista los motivos por los que
remitió tan dura carta a su compañero senatorial y aseguraba no sentirse
sorprendido por «lo dicho por el Sr.
Sánchez de Toca, ni aun siquiera la forma en que se produjo el conde de
Romanones, porque, al fin y al cabo, la actitud de uno y otro ha correspondido
a la que con anterioridad venían adoptando ante la actuación del Tribunal que
presido. Como presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina he sido
atacado, y he podido y he debido defenderme. Si el Sr. Sánchez de Toca es
senador, también lo soy yo, y no podrá decirse en ningún momento que yo, por
hallarme colocado en plano distinto a dicho parlamentario, trate de mermar las
prerrogativas de éste».[6]
A las tres de la tarde el
Senado ya experimentaba una gran animación. El conde de Romanones confirmó a
los periodistas allí reunidos que, a petición hecha por el general Aguilera,
éste hablaría ante la Cámara esa tarde. En seguida se reunió en su despacho con
el presidente del Consejo de Ministros y el capitán general de Madrid, don
Diego Muñoz Cobos. ¿De qué hablaron? Seguramente de la preocupación que tenía el
Gobierno por las noticias que le habían llegado de la inminente manifestación
de oficiales del Ejército que se estaba proyectando ante el domicilio del
general Aguilera con el fin de exteriorizar su simpatía y apoyo por su actitud.
Según se comentaba, la intención era ir de paisano al Café de la Bolsa y desde
allí destacar comisiones que se acercasen hasta su domicilio en la calle Juan
de Mena, 3.
El conde de Romanones
tuvo que ausentarse de esta reunión para dar comienzo a la sesión a las tres y
cincuenta y cinco minutos. Pasadas las cuatro de la tarde llegó al Senado el
general Aguilera y uno de los secretarios de la Mesa le informó de que el
presidente quería hablar con él. Esperó mientras en el despacho junto con el
marqués de Alhucemas y el general Muñoz Cobos. Enterado de su llegada, el conde
de Romanones delegó la presidencia de la sesión en el vicepresidente de la
Cámara, el marqués de Pilares, y acudió a su despacho. Al entrar, el marqués de
Alhucemas se despidió y marchó al Congreso, quedando los otros tres reunidos
hasta las cinco de la tarde. A la salida no quisieron hablar a la prensa
congregada, solamente el general Aguilera confirmó que «continúo en mi propósito de hablar a primera hora de la sesión de
mañana» e interpelado sobre si entraría en el salón de sesiones dijo que «desde luego, voy a entrar con el propósito
de que me vean». Y así hizo rodeado de numerosos partidarios.
Fuera del Senado, en la
Capitanía general de Madrid, el capitán general Muñoz Cobos se reunió con los
jefes del Cuerpo de la guarnición de Madrid con el fin de darles órdenes de que
todos sus miembros desistiesen de acudir por la noche al domicilio del general
Aguilera. A pesar de todo, la asistencia fue muy concurrida. El apoyo que había
recibido el presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina fue considerable.
Había recibido cartas, tarjetas y del orden de 500 telegramas de adhesión y
felicitación desde Madrid, Barcelona, Burgos, Zaragoza, Valencia y hasta desde
Cuba. Incluso en el Ateneo acordaron nombrarlo socio de honor y que los
ateneístas acudiesen a las ocho en manifestación a mostrarle sus simpatías.
A las diez de la noche
los alrededores de la calle Juan de Mena estaban llenos de efectivos de la
Policía afectos a la brigada móvil y a la primera brigada. Media hora después,
los jardines del Café de la Bolsa que daban a la casa del general Aguilera estaban
repletos de jefes y oficiales de todas las Armas de la guarnición de Madrid.
Jefes y oficiales del Ejército poblaban las mesas del café, mientras se
formaban grupos de 25-30 personas para ir a casa del general. Este «desfile
militar» en la calle Juan de Mena duró unas dos horas, hasta más de las doce de
la noche. Entre los visitantes más destacados se encontraban los generales
Sánchez Ortega, Tovar, Ayala, García Moreno, Villanova, Villalba, Villegas,
Díaz del Rivero, Anca, Aguado, Fidrich y Barreiro; el coronel Riquelme; el jefe
de la Armada, Sr. Berenguer; el jefe de los Regulares de Larache, Sr. González
Carrasco; el teniente coronel de Regulares de Melilla, Sr. Núñez de Prado;
senadores, diputados y una Comisión del Ateneo integrada por diversos escritores[7].
El general Francisco Aguilera en su domicilio con algunos de los militares que acudieron a felicitarlo. Mundo Gráfico, 11 de julio de 1923, nº610. |
Durante la noche el
general Aguilera también recibió la visita del capitán general de Madrid, el
Sr. Muñoz Cobos, y del gobernador militar de Madrid, el general Juan O’Donnell,
III duque de Tetuán. Ambos, tras saludar a Aguilera, marcharon al Ministerio de
la Guerra donde conferenciaron con el ministro, el general Aizpuru. Éste tuvo
que comunicar esa misma madrugada a la prensa que la presencia de estos dos
militares en casa de Aguilera en absoluto suponía una representación de la
guarnición de Madrid.
Y así es como concluyó el miércoles 4 de julio. Nadie podía siquiera sospechar los diversos escándalos que tendrían lugar al día siguiente en el Senado y que de una forma u otra marcarían el devenir de la historia de España.
[1]
Cabe destacar durante la
derrota de Annual la heroica entrega del Regimiento de Cazadores de Alcántara,
14 de Caballería, al proteger la retirada de las tropas españolas desde Annual
hasta Monte Arruit sufriendo un 77% de bajas. Por esta heroica labor le fue
concedida al Regimiento en 2012 la Cruz Laureada de San Fernando, como Laureada
Colectiva.
[2]
Político del Partido
Conservador, alcalde de Madrid en dos ocasiones (1896 y 1907), ministro de
Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas (1900), ministro de Marina
(1902), ministro de Gracia y Justicia (1903), presidente del Consejo de
Ministros (1919), senador vitalicio desde 1899 y presidente del Senado en cinco
legislaturas (1914-1915, 1915-1916, 1919-1920, 1921-1922 y 1922-1923).
[3] Diario de Sesiones del Senado, 28
de junio de 1923, nº22, pp. 405-406.
[4]
Comenzó en la política como
miembro del Partido Liberal, pero al comenzar el siglo XX se pasó a las filas
del Partido Conservador. Fue ministro de la Gobernación (1903-1904, 1913-1915,
1917), ministro de Fomento (1908-1909), presidente del Congreso de los
Diputados (1919-1920, 1921-1922), jefe del Partido Conservador tras ser
asesinado don Eduardo Dato en 1921, y presidente del Consejo de Ministros
(1922)
[5] Diario de Sesiones del Senado, 3 de
julio de 1923, nº24, pp. 424-425.
[6]
SOLDEVILLA Fernando, El
año político 1923, Imprenta y encuadernación de Julio Cosano, 1924, p. 228.
[7] Ibídem, p. 229.
Otras fuentes:
- ABC, 4 y 5 de julio de 1923.
- El Siglo Futuro, 3 y 4 de julio de 1923.
- La Acción, 3 de julio de 1923.
- La Correspondencia de España, 3 de julio de 1923, nº23642.
- La Época, 3 y 4 de julio de 1923.
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