15 febrero 2021

Estatua de tristes destinos

    Dentro de la decoración artística del Senado, siempre ha tenido una especial importancia la escultórica, para reflejar a personajes importantes de la historia: reyes, escritores, filósofos, militares… Si bien aquel reflejo de su importancia ya no se observa de igual medida a día de hoy, debido a la desaparición de un gran número de aquellas obras artísticas. Una de aquellas estatuas que adornaron el Palacio del Senado y que ya no se encuentran en el mismo es la estatua de bronce de Isabel II que estuvo ubicada en la plaza de su nombre, junto al Teatro Real.

    El 4 de noviembre de 1848, doña Isabel ordenó encargar a los escultores don José Piquer y Duart y don Francisco Pérez del Valle dos esculturas en mármol de ella misma y de su esposo Francisco de Asís de Borbón. El encargo venía motivado por el resultado del concurso para la elección de un escultor que realizase el bajorrelieve del frontón del Palacio del Congreso de los Diputados, todavía en construcción en aquel año. El ganador del concurso fue Ponciano Ponzano Gascón, pero los proyectos presentados por José Piquer y Francisco Pérez obtuvieron sendos premios y el encargo mencionado.

    Las esculturas quedaron terminadas en 1849, la de Francisco de Asís, y en 1856 la de doña Isabel. Ésta se destinó por R.O. de 5 de abril de 1856 al Real Museo, estando actualmente en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional junto con la obra de Francisco Pérez. De esta escultura de doña Isabel el Congreso de los Diputados encargó a Piquer una réplica en mármol de Carrara con fecha 29 de octubre de 1850; encargo renovado el 7 de mayo de 1859 por la Comisión de Gobierno Interior del Congreso, y que sería entregada en 1861.


Estatua de doña Isabel. Biblioteca Nacional.

Estatua de doña Isabel. Congreso de los Diputados.

    En 1850, el jefe político de la provincia, don José de Zaragoza, ideó el encargo a Piquer de una escultura en bronce de doña Isabel, réplica de la de mármol, para adornar una de las plazas de la capital. Inicialmente se planteó inaugurarla con motivo del natalicio del infante don Fernando de Borbón y Borbón, el 12 de julio de 1850, pero el niño falleció a los pocos minutos de nacer, por lo que hubo que buscar otro motivo para dicha inauguración. Éste sería el vigésimo cumpleaños de doña Isabel, el 10 de octubre. José de Zaragoza consideró que el lugar idóneo para colocar la estatua era la plaza de Isabel II, junto al Teatro Real, que había terminado de construirse ese mismo año, y así se lo planteó al ministro de la Gobernación, el conde de San Luis. El gran problema con el que se encontraban era la escasez de dinero para poder costear el encargo de la escultura, ya que José Piquer pedía por ella 25000 pesetas.

    El conde de San Luis, a instancias de José de Zaragoza, acudió a ver al comisario general de Cruzada, don Manuel López Santaella. Le expuso la situación y le convenció para que sufragase los gastos con el argumento de que el anterior comisario de Cruzada, don Manuel Fernández Varela, había financiado la construcción de una estatua de Cervantes, así que él podía pasar a la historia como el que había costeado la de doña Isabel.

    El 7 de octubre se verificó la colocación de la primera piedra del pedestal que habría de soportar la estatua. El marqués de Santa Cruz, corregidor de Madrid, designó a los regidores don Juan José Ortiz y López y don Juan Pablo de Fuentes para que acudieran a dicho acto y firmaran el acta. La inauguración se hizo como estaba previsto el día 10 de octubre a las once y media de la mañana. Al acto acudió el Concejo de Madrid, invitado por el jefe político. Salieron de la Casa de la Villa y a pie acudieron hasta la plaza de Isabel II, engalanada con tapices en la tribuna para los músicos y delante de la estatua, en el lugar donde se colocó el jefe político.


Estatua de doña Isabel en la plaza de su nombre. Museo de Historia.

    Al día siguiente de la inauguración, en el pedestal de la estatua habían colocado un pasquín que decía:


Santaella, de Isabel

costeó la estatua bella;

y del vulgo el eco fiel

dice que no es Santo él,

ni tampoco Santa ella.[1]


    Esto como era de esperar no fue del agrado de doña Isabel, por lo que la presencia de la estatua en medio de la plaza, a la vista de todos los madrileños tendría los días contados. El 15 de julio de 1851, el sobrestante mayor de la Villa procedía a bajar la estatua de su pedestal por orden del corregidor y de acuerdo con lo establecido por el arquitecto don Isidoro Llanos. Se hizo entrega de la misma al Teatro Real y quedó depositada en su vestíbulo tal y como recoge la nota firmada por el conserje del teatro:

    «Queda custodiada en la planta baja del edificio que mira al Real Palacio la estatua de bronce de Su Majestad la Reina Isabel II, que estaba colocada en la plazuela del mismo nombre, sin que haya ocurrido la menor novedad».[2]

    El pedestal de la estatua también había sido foco de críticas por lo simple y feo que era para la escultura que iba a mantener. El escaso coste que supuso realizarlo, 208 reales, da muestra de ello. Por este motivo, don José de Zaragoza encargó a José Piquer y a Francisco Enríquez y Ferrer la erección de uno nuevo. El Gobierno adelantó 5000 reales para su construcción ante la negativa del Concejo de la Villa a hacerlo por falta de fondos. Con la retirada de la estatua, el proyecto del nuevo pedestal quedó parado.

    Al año siguiente, en 1852, el gobernador civil de la provincia, don Melchor Ordóñez, envió un oficio el 29 de abril al Ayuntamiento de Madrid participándole de un proyecto para embellecer la villa. En el mismo se daba constancia del deseo de volver a colocar la estatua, pero esta vez en la Puerta del Sol, frente a la fachada de la iglesia del Buen Suceso. Otras opciones que se plantearon fue devolverla a su plaza original frente al Teatro Real o ubicarla en la plaza de la Villa.

    Con esto, el proyecto de Enríquez de la construcción de un nuevo pedestal se reactivó. El coste del mismo ascendía a 74000 reales y se compondría de un basamento sobre el que estaría el pedestal rodeado de cuatro grupos de niños portando escudos de armas y guirnaldas florales. Todo parecía que iba por buen camino, y más con la R.O. de 17 de abril de 1853 por la que el conde de San Luis ordenaba que se colocase de nuevo la estatua en la Plaza de Isabel II. El problema que surgió fue de nuevo el económico. Se pedía al Ayuntamiento que sufragase los gastos del pedestal y reintegrase al Gobierno los 5000 reales que había adelantado en 1851. El Ayuntamiento, como era de esperar se negó y obvió por completo la R.O., de ahí que la estatua de doña Isabel no volviese a la plaza.

    Pasaron los años y una nueva R.O. de 3 de enero de 1862 del ministerio de la Gobernación, dio permiso al Ayuntamiento para colocar en el jardín de la Plaza de Isabel II, y sobre el mismo pedestal que sirvió para la estatua de doña Isabel, una escultura de Thalía, musa de la Comedia, hecha por Francisco Elías Vallejo con el fin de adornar el interior del Teatro Real.


Estatua de Thalía en la plaza de Isabel II. Museo de Historia.

Estatua de Thalía. Actualmente en los jardines de Cecilio Rodríguez (Parque del Retiro).
Foto: https://patrimonioypaisaje.madrid.es

    ¿Y qué sucedió entonces con la estatua en bronce de doña Isabel? La solución vendría bastantes años después, en 1878. El ministro de Hacienda, don Manuel Orovio Echagüe, marqués de Orovio, remitió al presidente del Senado, el marqués de Barzanalla, una carta con fecha 11 de octubre de 1878. En ella decía lo siguiente:

    Excmo. Sr.

    En atención á que la estatua de bronce de la Reina Isabel, depositada desde hace años en el Teatro Real, no tiene buena colocación en ninguna de las estancias de aquel edificio, y á que aun en el mismo local en que se halla arrinconada, ofrece inconvenientes en permanencia por su mucho peso; y considerando que en el Palacio del Senado puede ser colocada convenientemente, S.M. el Rey (q.D.g.), enterado de lo convenido entre V.E. y el Gobierno, ha resuelto que se ponga dicha estatua á disposición de V.E.; y al efecto comunico hoy la orden oportuna al Conservador del referido Teatro. De Real orden lo digo á V.E. para su conocimiento y demás efectos. Dios guarde á V.E. muchos años.

    Madrid, 11 de octubre de 1878.[3]

    En su sesión de 23 de octubre, la Comisión de Gobierno Interior, dio cuenta de esta comunicación del ministro de Hacienda y acordó, como así hizo, darle las gracias tanto a él como al Gobierno en su conjunto. La estatua fue colocada sobre un pedestal de madera pintado de blanco en el vestíbulo de entrada al Salón de Sesiones, a semejanza del vestíbulo del Congreso de los Diputados. En la Cámara Baja desde 1861 lucía en el vestíbulo de entrada al Palacio la escultura en mármol de Carrara de doña Isabel, hecha por José Piquer, que se comentó al principio.


Vestíbulo de entrada al Salón de Sesiones del Palacio del Senado.
En él estuvo colocada la estatua de bronce de Isabel II.

    Debido al estado en que se encontraba la estatua, el Senado encargó los servicios de don Antonio José de Besada, «dorador y broncista de S.S.M.M. y A.A.», que procedió a broncearla y a dorarla con tres capas de pan de oro. Así, permaneció la escultura de doña Isabel adornando el vestíbulo de entrada al Salón de Sesiones hasta 1905. El 15 de febrero de dicho año el marqués de Mejorada del Campo, alcalde de Madrid, remitió una carta al presidente del Senado, don Luis Pidal y Mon, marqués de Pidal, rogándole que le ayudase «en una obra de justicia». Hacía menos de un año que había fallecido doña Isabel (9 de abril de 1904) y pretendía devolver la escultura de bronce a su lugar original en la Plaza de Isabel II. Afirmaba en la carta que «nada perderá el Senado volviendo la estatua a ser adorno de aquella plaza y haremos al mismo tiempo obra de monárquicos».

    El ministro de Hacienda, don Antonio García Alix, informado también de la solicitud del alcalde, comunicó al presidente del Senado que si la Presidencia de dicho Cuerpo Colegislador estaba conforme con devolver la estatua remitiría una nueva R.O. de devolución al Ayuntamiento. El marqués de Pidal convocó a la Comisión de Gobierno Interior para el viernes 17 de febrero a las cuatro de la tarde, para entre otros asuntos tratar esta solicitud. Vista la misma, la Comisión dio su conformidad a la espera de que el ministro de Hacienda remitiese la R.O.

    El 23 de febrero, García Alix se la remitía al presidente del Senado: « […] S.M. el Rey (q.D.g.) se ha servido disponer que se autorice á V.E. para hacer entrega de la referida estatua á la Alcaldía de Madrid, á fin de que pueda volver á ser colocada en la Plaza donde estuvo anteriormente». De esta manera, con la autorización pertinente concedida, el Senado devolvió la escultura de doña Isabel al Ayuntamiento de Madrid, el cual, a través de su alcalde, comunicó el 12 de abril de 1905 al presidente del Senado que «la estatua en bronce de S.M. la Reina Doña Isabel II […] ha sido colocada en la plaza de su nombre; procurando de ese modo el Municipio de esta Corte darle el homenaje debido á su memoria».


Estatua de doña Isabel en la plaza de su nombre. Museo de Historia.

    La estatua regresó a su emplazamiento original (la escultura de la musa de la Comedia se trasladó a los Almacenes de la Villa) y allí permaneció hasta la noche del 14 de abril de 1931. En una especie de damnatio memoriae muy característica en el ser humano y que tantas malas consecuencias ha traído siempre para el patrimonio artístico de las ciudades, aquella noche tras proclamarse la II República grupos de manifestantes recorrieron las calles de Madrid arrancando los nombres de éstas alusivos a la realeza y derribando estatuas de monarcas[4]. La de doña Isabel quedó destrozada y perdida para siempre.

    Más suerte, en cambio, corrió la escultura del Congreso. Aunque sufrió los embates revolucionarios de cada momento (en 1868 se quitó y trasladó al sótano del Congreso y en 1931 también se quitó y se acordó entregarla al Museo Nacional de Arte Moderno), se conservó. Fue depositada en el Palacio de Bibliotecas y Museos y en los años 40 se decidió ponerla en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional, quitando para ello la primera de todas las estatuas de doña Isabel hecha por José Piquer. Años después de que retornase en 1983 la escultura al Congreso, la Biblioteca Nacional recuperó también la suya que se había colocado en el Campo del Moro[5].

    En 1944, y con el fin de devolver la efigie de doña Isabel a la plaza de su nombre, se colocó una réplica en bronce de la estatua de la Biblioteca Nacional. Dicha escultura fue realizada por la Fundición Codina Hermanos. Así, se vino a reparar aquel destrozo hecho en 1931. Destrucción de una estatua a la que, viendo las vicisitudes por las que pasó desde su construcción, bien se le podría decir aquello que el diputado carlista don Antonio Aparisi y Guijarro, parafraseando a Shakespeare en Ricardo III, dijo de doña Isabel: «Adiós, Mujer de York, Reina de los tristes destinos»[6]. Porque bien es cierto que no pudo tener más tristes destinos aquella escultura desde que se hizo hasta que desapareció.


Estatua de doña Isabel de la Fundición Codina Hermanos.
Foto:  http://www.monumentamadrid.es


[1] La Voz, 3 de febrero de 1922, nº500, p. 3.

[2] Ídem.

[3] Comunicación del ministro de Hacienda al presidente del Senado, 11 de octubre de 1878. Archivo del Senado.

[4] ABC, nº8831, 15 de abril de 1931, p. 34.

[5] Herrero de Padura, M. (1 de diciembre de 1988), El retorno de la estatua de Isabel II al Congreso de los Diputados: historia de tres estatuas de una reina, Revista de las Cortes Generales (15), pp. 341-361.

[6] Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, nº122, 4 de julio de 1865, p. 3020.

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