08 febrero 2021

Críticas en tiempos pasados

    Las críticas al funcionamiento o a la mera existencia de alguna de las dos Cámaras parlamentarias, que tenemos en España desde el siglo XIX, ha sido algo normal y recurrente a lo largo de los años, y más en lo que al Senado se refiere. Fuertes críticas se leyeron en la prensa acerca de este Cuerpo Colegislador en 1904: incumplimiento del reglamento, no asistencia de los senadores a las sesiones, vulneración de los preceptos para aprobar las leyes… Quien estas cosas afirmaba era el senador don José de Parres y Sobrino. Este político llanisco, primero del Partido Conservador y después del Partido Liberal, senador por la provincia de Soria, suscitó no poco malestar entre algunos de sus compañeros senadores por su opinión acerca del Senado que había consignado en una carta remitida al Heraldo de Madrid. La carta, publicada en el periódico el 4 de julio de 1904 decía así:


    Sr. Director del HERALDO DE MADRID.

    Mi distinguido amigo: Leí con sumo gusto el brillante artículo de fondo publicado por su periódico el día 2, relativo a la Cámara de próceres del reino.

    Como senador de la mayoría estoy de acuerdo con los puntos fundamentales del proyecto de servicio militar obligatorio presentado por el Gobierno, y entiendo que ya debió discutirse ampliamente, exponiendo cada cual sus ideas acerca del particular.

    Si España ha de seguir el camino de la civilización moderna, si aspira á rehabilitarse en el mundo en breve espacio de tiempo, para figurar dentro del concierto de los pueblos cultos, es preciso que desaparezcan privilegios de casta, incompatibles con la libertad, y que el derecho común sea el árbol nacional á cuya sombre nos cobijemos todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, eclesiásticos y seglares, terminando de una vez y para siempre con los exclusivismo y cargas imperantes en nuestro país, digno de mejor suerte.

    Hablamos mucho de regenerarnos y abundan las recetas para curar nuestras crónicas enfermedades; pero observo que se quieren las reformas por la casa del vecino, prescindiendo de introducirlas en la propia si producen molestias ó sacrificios, y esta prueba de triste decadentismo nos convertirá en la Corea Occidental, pues nuestra posición geográfica, los amigos ambiciosos que nos rodean, la carencia de ejército, escuadra, puertos militares y costas fortificadas, la anarquía mansa que existe en las diversas esferas de la Administración y el desafecto que sienten por el progreso y la actividad las clases llamadas directoras, nos colocan en un puesto análogo al que ocupa la infeliz península coreana.

    El Senado debía dar provechoso ejemplo de amor patrio, porque representa los altos intereses públicos, y, sin embargo, vive en la agonía desde hace largo tiempo. Sus sesiones vense concurridas cuando hay algún escándalo ó incidentes personalísimos, que nada práctico resuelven. Lo mismo sucede en el Congreso. Después viene la normalidad, que trae consigo la indiferencia y la apatía. Ese lamentable sistema mata las iniciativas individuales y convierte á las Cámaras en cuerpos pasivos e inútiles.

    El reglamento del Senado no se cumple en su letra ni en su espíritu; la mayor parte de los vitalicios no asisten á los debates; los preceptos para aprobar las leyes se vulneran á diario; las aptitudes, rentas y otros requisitos que exige el Código de 1876 resultan una farsa y una completa hipocresía; demostrando todo ello que se impone una pronta y radicalísima transformación, para acabar esta vida de egoísmos, comedias y corruptelas, que nos ridiculizan y envilecen, siendo objeto de burlas sangrientas ante las conciencias sensatas.

    El HERALDO, El Imparcial, Diario Universal, La Correspondencia, El Globo, El Correo, España y la demás Prensa de valía, á quienes aludo ahora de propósito, podrían prestar el concurso de sus fuerzas y prestigio para rehabilitar á nuestras Cortes y sacarlas de la penosa situación en que se encuentran.

    Prestarían un servicio inmenso á la patria, á la libertad y á la Monarquía, que personifica en sus augustas funciones nuestro Rey don Alfonso XIII.

    José de Parres Sobrino.[1]


José de Parres y Sobrino.
SÁNCHEZ DE LOS SANTOS, Modesto, Las Cortes españolas: las de 1910,
Madrid, Tipografía de Antonio Marzo, 1911, p.284.

    La carta del senador Parres como él mismo indica en su comienzo, viene motivada por la lentitud con la que a su parecer se estaba tramitando en el Senado el proyecto de ley de servicio militar que el Gobierno había presentado en las Cortes.  Este proyecto de ley venía a establecer como obligatorio el servicio militar en toda España y encontró el rechazo del sector tradicionalista y de la prensa católica. A pesar de las críticas, entre ellas las del diputado don Ramón Nocedal y Romea, el proyecto de ley se aprobó en el Congreso el 29 de febrero de 1904 y se dio traslado del mismo al Senado[2].

    A los dos días de publicada la carta en el Heraldo de Madrid, el senador don Francisco Javier Ugarte y Pagés llevó el asunto a la sesión de dicho día, 6 de julio de 1904. El senador conservador se dirigió a la Cámara para ponerla en conocimiento de la carta en la que «se contienen conceptos que afectan al decoro de este Cuerpo Colegislador». Por este motivo consideraba que era su deber «formular una protesta tan enérgica como quepa dentro de los términos en que el Reglamento me lo consienta, para que la Mesa, por su parte, para que los dignos individuos de las Comisiones á quienes concretamente el Sr. parres se refiere, para que todos, en suma, hagamos pública manifestación de que el honor de la Cámara está por encima de cuanto el Sr. Parres afirma y de que todos á una estamos interesados en que se mantenga y se respete»[3].

    A continuación tomó la palabra el senador y Vicepresidente del Senado, don Ángel Avilés y Merino, en su calidad de presidente de la Comisión que tramitaba el proyecto de ley comentado anteriormente. Su finalidad era defender la labor de esta Comisión, haciendo un especial énfasis en que al tratarse de un tema de elevada importancia para todas las clases sociales, no podía ser algo que se tramitase y debatiese de forma rápida, sino que requería de un estudio y discusión exhaustiva. «La Comisión, pues, cumplirá con su deber, […] pues esta alta Cámara no tiene, como erróneamente se ha dicho, preocupación alguna en contra de esta ni de ninguna otra cuestión»[4]. Así, venía a defender a la Comisión de las críticas vertidas por el senador Parres en su carta.

    Acto seguido tomó la palabra el senador liberal don Amós Salvador y Rodrigáñez, y basó su discurso en una defensa de los derechos que tenía el Sr. Parres, ya no como senador sino como ciudadano, «para juzgar como estime conveniente los organismos constitucionales». Además, consideraba que lo más oportuno sería que primero diera explicaciones ante el Senado, antes de tomar cualquier medida al respecto.

    En la misma línea que el senador Salvador se mostraron los senadores don Rafael María de Labra y Cadrana y don José López Domínguez. Éste afirmó que «como representante de esta minoría liberal-democrática, desde luego manifiesto al Senado que nosotros no suscribiremos, ni apoyaremos, ni aceptaremos proposición alguna de censura que se intente someter al Senado contra un compañero á quien no hemos oído»[5].

    Le siguió en el uso de la palabra el senador conservador don Ventura García Sancho e Ibarrondo, marqués de Aguilar de Campoo. Su posición era la misma que la del senador Ugarte, la de la protesta a las palabras del Sr. Parres en su carta, pero iba más allá: había presentado a la Mesa una proposición incidental por lo ocurrido. Declaró que «las afirmaciones que en aquélla se contienen son de tal manera ofensivas é inexactas, que no estaría de más una protesta colectiva; […] sin una protesta concreta y positiva, sea en forma de proposición ó de declaración de la Mesa, no puede el Senado continuar sus tareas de hoy, porque sería tanto como admitir la posibilidad de la certeza de las afirmaciones contenidas en esa carta. […] Suplico á la Mesa se lea mi proposición, que retiraré si la Mesa entiende oportuno dar algunas explicaciones encaminadas al fin que yo persigo con ella»[6].

    Don Mariano Fernández de Henestrosa y Mioño, duque de Santo Mauro y vicepresidente del Senado, presidía la sesión y habló en nombre de la Mesa a la Cámara. Solicitó al marqués de Aguilar de Campoo que retirase la proposición y consideró que «no debía el Senado seguir adelante, sino hacer constar únicamente su sentimiento de protesta con las palabras que ya constan en el Diario de las Sesiones, y que son en cierto modo una protesta»[7].

    Ante esta postura de la Mesa, el senador no consideró oportuno mantener la proposición y la retiró. Para concluir el asunto el senador López Domínguez quiso dejar claro «al Senado que estamos tratando del acto de un señor Senador de la mayoría, para que no se crea que en lo que aquí expresamos hay ningún interés político. Después que he oído al Sr. Ugarte, he tenido una satisfacción, porque S.S: hacía una protesta personal, que yo respeto, pero que yo no hago ni comparto»[8]. Una protesta a la que en cambio sí quiso adherirse el senador don José María Castro Casaleiz, y que así constase en el Diario de las Sesiones.

    En definitiva, el asunto no fue a mayores y se zanjó con la protesta consignada en el Diario de Sesiones por parte del senador Ugarte, que quedó satisfecho: «con esto he realizado mi propósito, he cumplido con mi deber, he satisfecho los requerimientos de mi conciencia y me siento tranquilo»[9]. No obstante, ante lo ocurrido en la Alta Cámara el senador Parres y Sobrino remitió un telegrama al Senado el mismo día 6 de julio lamentando el incidente ocurrido tras la publicación de su carta, aunque se reafirmaba en sus palabras.


Telegrama enviado por José de Parres y Sobrino al Senado. Archivo del Senado.

    Dicho telegrama fue ampliado días más tarde con la publicación de otra carta, más extensa que la primera, en el Heraldo de Madrid  titulada Manifestaciones de un senador[10]. Entre los asuntos que planteaba en la carta, primero justificaba la postura que había tomado:

    «Mi carta inserta en el popular HERALDO DE MADRID produjo tempestades en las tranquilas aguas de la Alta Cámara.

    No fue mi propósito faltar á decoros que respeto como propios, ni tampoco demoler prestigios estimables; pero me place que el país vaya fijándose en la conveniencia de corregir defectos antiguos y cambiar de rumbos.

    […] Mantengo el fondo de los argumentos expuestos, sin que las protestas ni las censuras perturben mi cabeza. Si llegaran á expulsarme de la asamblea por decir las verdades, aunque resulten muy amargas, sería para mí un timbre de gloria».

    A continuación, criticaba el sistema de aprobación de las leyes y la escasa concurrencia de senadores en las sesiones:

    «Reflejo en público cuanto afirmamos sotte voce. Bastante próceres del reino, llenos de talento y de cultura, lamentan de continuo en los pasillos, en la sala de conferencias y en todas partes, la frialdad parlamentaria que se advierte en nuestra casa, por causa del exiguo número de asistentes á los escaños rojos.

    […] Se legisla y se estudian los asuntos; pero también es cierto que los proyectos se discuten y examinan en presencia de quince ó veinte compañeros, en una Cámara de trescientos sesenta individuos, y luego se aprueban en votaciones ordinarias prescindiendo en absoluto de los artículos 43 de la Constitución y 109 del Reglamento.

    Las importantísimas leyes de administración local, reforma electoral, expropiación forzosa, caminos vecinales, alcoholes, etc., que tanto afectan á la patria, fueron despachadas en la más triste soledad.

    […] ¿Qué fuerza moral vamos á ostentar para pedir á las Diputaciones y á los Municipios el cumplimiento de sus peculiares deberes? A ellos les exigimos que concurran la mitad más uno de sus miembros para ejecutar sus acuerdos, y nosotros, con veinte ó treinta senadores presentes ya creemos haber satisfecho nuestra excelsa misión legislativa.

    Prosigue criticando el diferente trato que a su juicio se aplicaba a los senadores en función a su situación económica y los bienes que estos posean. Finalmente, termina su carta aclaratoria haciendo una dura crítica a la situación del régimen en ese momento:

    «Nos empeñamos en convertir á España en un pueblo oriental, refractario á la civilización moderna. Aquí no impera la libertad en sus diversos aspectos progresivos, y hemos vivido y seguiremos viviendo, por desgracia, bajo un régimen de privilegios irritantísimos, á pesar de tanta democracia aparente y de tanta charlatanería hueca.

    Declaro que, como ciudadano y senador, tengo perfectísimo derecho á juzgar con amplio criterio los organismos nacionales, y no se sostienen los decoros y prestigios de un cuerpo conservando un statu quo enemigo de la Constitución y del reglamento, sino modificando prácticas viciosas, de las que somos culpables todos, y enmendando nuestros errores.

    […] Y vengan protestas, censuras, proposiciones incidentales y demás artillería parlamentaria».

    Y así, sin arrepentirse de nada y firme en sus ideas, este senador llanisco de la mayoría conservadora en la Cámara manifestaba de forma contundente las carencias y defectos de un sistema parlamentario, que dejaba entrever ya cómo a principios del siglo XX el régimen de la Restauración daba muestras claras de agotamiento. 



[1] Heraldo de Madrid, 4 de julio de 1904, nº4973, p. 1.

[2] Puede leerse el Proyecto de ley de Bases para la reforma de la ley de Reclutamiento y reemplazo del ejército en el Apéndice 7º al nº2 del Diario de Sesiones del Senado de 3 de octubre de 1904. 

[3] Diario de Sesiones del Senado, 6 de julio de 1923, nº183, p. 3242.

[4] Ibídem, p. 3243.

[5] Ibídem, p. 3244.

[6] Ídem.

[7] Ibídem, p. 3245.

[8] Ibídem, p. 3246.

[9] Ibídem, p. 3247.

[10] Heraldo de Madrid, 12 de julio de 1904, nº4981, p. 2.

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