Con todos los antecedentes comentados en Escándalo en el Senado (I): la carta del general Aguilera, se llegó al jueves 5 de julio. Los graves sucesos que ocurrieron
ese día en el Senado marcaron la jornada, pero cabe destacar también las graves
acusaciones que el diputado don Arsenio Martínez de Campos y de la Viesca,
marqués de la Viesca, realizó a última hora en la sesión vespertina del
Congreso. En la Cámara Baja o Cámara popular, como se la solía llamar, se
estaban debatiendo las responsabilidades políticas por la derrota de Annual. En
un momento del debate, el marqués de la Viesca anunció lo que ya eran más que
rumores desde hacía tiempo: la proximidad de un golpe de Estado con el general
Aguilera como cabeza del mismo.
«[…]
Podemos afirmar, debemos afirmar, y yo tengo la obligación de decirlo en la
Cámara, que hay un centro revolucionario en estos momentos; que antes se
conspiraba más allá de las fronteras, pero que ahora se conspira en pleno
Madrid; que se tiene hasta formado el nuevo Gobierno e inclusive ultimada la
lista de gobernadores.»[1]
En el mismo discurso,
incluso afirmaría la presencia del ministro de Fomento, don Rafael Gasset
Chinchilla, en ese nuevo Gobierno resultante del golpe.
Portada de ABC del 6 de julio de 1923 en la que puede verse la Plaza de los Ministerios (hoy de la Marina Española) llena de coches y gente a la entrada del Palacio del Senado. |
En el Senado se vivía un
ambiente pocas veces visto. A las tres de la tarde, senadores, diputados,
periodistas, llenaban los pasillos del Palacio a la espera de que comenzase la
sesión. Salvo en las sesiones regias de apertura de las Cortes no se recordaba
una expectación de ese nivel. Y no era para menos, todo el mundo quería saber
qué iba a decir el general Aguilera en la sesión de esa tarde. Fueron llegando
al Palacio el presidente del Consejo de Ministros y el resto del Gobierno, que
acudieron a saludar al conde de Romanones a su despacho. En el despacho central
de la Presidencia a parte de los ministros y otras personalidades políticas, se
encontraba también el jefe del Partido Conservador, don José Sánchez Guerra.
Éste había acudido para hablar con el presidente del Consejo de Ministros a
raíz de una nota que le había llegado con unas palabras que el general Aguilera
habría pronunciado la noche anterior, unas palabras insultantes y groseras.
Mientras tanto, llegó al
Senado el senador Sánchez de Toca, que acudió al salón de sesiones a tomar asiento.
Poco después, tras él llegaría el general Aguilera, acompañado por el general
Burguete, que procedería de igual manera, no sin antes verse rodeado por
fotógrafos y periodistas. Al rato de sentarse en su asiento, un secretario de
la Mesa le informa de que el conde de Romanones quiere verlo en su despacho. Reunidos
el marqués de Alhucemas, el general Aizpuru, Aguilera y Romanones en el
despacho del presidente, éste solicitó al general que diera las explicaciones
oportunas acerca de las palabras que el jefe de los conservadores les había
mostrado. Aguilera expuso que la primera parte de la nota, la referida a los
insultos no era exacta, pero que la segunda sí, en la que se decía que si se
cursaba el suplicatorio contra él para procesarlo, como la calle y el Ejército
estaban con él, lo impediría.
A las cuatro y cinco
minutos de la tarde se oye por los pasillos la campanilla llamando a la
sesión, pero el presidente del Senado seguía en su despacho y los pasillos estaban repletos de políticos y periodistas. La campanilla dejó de sonar y la sesión
retrasó su comienzo. Tras dar sus explicaciones, el general Aguilera salió del
despacho del presidente, en vez de por la puerta que da al pasillo, por la
puerta que da al despacho central de la Presidencia. Allí se encontraban entre
otros parlamentarios los diputados don Eugenio Barroso Sánchez-Guerra, don
Manuel Brocas Gómez, don José Abril y Ochoa y el ya mencionado don José Sánchez
Guerra. Éste y Aguilera se saludaron cordialmente y entablaron un diálogo
relativo a la nota que había presentado el jefe de los conservadores.
También debió salir el
tema de la carta a Sánchez de Toca y el general Aguilera en un tono sosegado
hizo alusión a que la epidermis de los militares es más fina que la de los
civiles en cuestiones de honor. Sánchez Guerra no pudo contenerse y claramente
ofendido le dijo «que el honor es igual
en los civiles que en los militares; es privativo del hombre, pero no exclusivo
de una clase. No es nuevo esto en mí, que lo vengo diciendo desde muy mozo, y,
por mi parte, no toleraría una ligera diferenciación de honores con merma de
los hombres civiles»[2]. La excitación de ambos
iba en aumento y Sánchez Guerra castigó las duras palabras del general dándole
una bofetada. Los allí presentes se abalanzaron sobre ambos para separarlos y
sujetar a Aguilera. Fue tal el revuelo que se formó que el conde de Romanones
salió de su despacho, ordenó salir a todos y que cerraran las puertas, aunque a
los pasillos ya había llegado el rumor del altercado. Quedaron dentro los dos
presidentes (el del Senado y el del Consejo de Ministros), Sánchez Guerra y los
generales Aguilera y Aizpuru. El conde de Romanones les encomió a zanjar allí
mismo tan desagradable altercado y de buenas maneras ambos cedieron, se
estrecharon la mano y quedaron reconciliados.
Viñeta humorística alusiva a la bofetada. Blanco y Negro, 15 de julio de 1923, p. 29. |
A las cuatro y cuarto y
volvió a sonar la campanilla llamando a la sesión. Lo acontecido minutos antes
era ya conocido por todos y corrían comentarios alusivos al general Aguilera y
a que se quería erigir en dictador. Al ver salir de la Presidencia al jefe de
los conservadores, un gran número de senadores lo ovacionaron y apoyaron,
lanzando vivas al Poder civil. Una ovación clamorosa que Sánchez Guerra se
apresuró a callar diciendo que no había nada del Poder civil en aquello, sólo
asuntos de caballeros. Otros senadores se aproximaron a Aguilera para
acompañarlo a su entrada en el Salón de Sesiones, pero lo rechazó: «no necesito que venga nadie conmigo»[3]. Segundos después, los
pasillos del Palacio quedaron desiertos. El Salón de Sesiones lleno hasta la
bandera con senadores y diputados en sus asientos; las tribunas, llenas también.
A las cuatro y veinte
minutos de la tarde se abrió la sesión. La presidía el conde de Romanones y en el
banco azul estaban el presidente del Consejo, marqués de Alhucemas, y los
ministros de Gracia y Justicia, Marina, Guerra e Instrucción Pública y Bellas
Artes. El general Aguilera puesto en pie dio comienzo a su discurso alegando que
«la carta que escribí al Sr. Sánchez de
Toca la sostengo en todas sus partes: iba dirigida a la persona, no al Senador;
creí que iba a tener la debida contestación. Y en vez de esto, he visto que ha
plegado sus alas y se ha guarecido bajo el amparo de su investidura de Senador»[4].
Ante estas declaraciones se levantaron grandes rumores en la Cámara con
alusiones a la provocación al duelo que planteaba el general Aguilera. El conde
de Romanones se esforzaba una y otra vez en poner orden haciendo sonar la
campanilla.
Respecto a los rumores
difundidos en la prensa acerca de que se pretendía remitir un suplicatorio al
Senado para procesar y poner en confinamiento al general Aguilera, éste
prosiguió: «Yo he de manifestar – para
terminar – que en el cargo que hoy desempeño estoy dispuesto a perseverar hasta
que se me destituya, porque el que me conozca sabe que jamás deserto de los
puestos de honor. Ahora, espero que el Senado evite el atropello que conmigo se
quiere hacer; pero si el Senado, con las personas que lo constituyen, de tanto
relieve y de tanta consideración, no estudian bien los Reglamentos interiores,
no meditan y escogen los procedimientos y se me atropella, yo espero que la
opinión, y con ella la gente, me harán justicia»[5].
Ante semejantes palabras,
las protestas por todo el Salón de Sesiones fueron numerosas y enérgicas. El
presidente puso todo su empeño en acallarlas y poner orden entre los senadores,
pero no lo logró, de forma que no se consiguió oír lo que continuó diciendo el
general. Finalmente, Romanones le dijo: «Señor
Aguilera: hablar de eso en el Senado, es una coacción y una amenaza que el
Senado no puede consentir». A lo que Aguilera respondió: «El
Senado ha podido estar más considerado conmigo… A los hombres de buena fe ¡cómo
se les quiere tratar!».
La agitación en el salón
continuaba y cuando parecía que se calmaban algo los ánimos pidió la palabra el
presidente del Consejo de Ministros. El marqués de Alhucemas agradeció las
palabras que había tenido Aguilera para el Gobierno, pero ante el asunto de un
posible suplicatorio como consecuencia de la carta y las declaraciones del general
con ciertas connotaciones subversivas, fue bastante contundente al afirmar que «de la tramitación que se dé al asunto no
quiero hablar; pero sea el que fuere el final que tenga, siendo un final acordado
por el Senado, ese final tiene que merecer el respeto de todo el mundo, de los
de dentro y de los de fuera, de los civiles y de los militares. Y si alguien
intentara hacer otra cosa, y por su fuerza y número pudiera más que la
representación parlamentaria, yo tengo que decir al Sr. Aguilera y tengo que
asegurar al país y que declarar ante la Historia, que esa fuerza pasaría por
encima de los cadáveres de todos nosotros»[6].
Estas palabras fueron
acogidas con una estruendosa ovación y aplausos que duraron largo rato. Acto
seguido tomó la palabra el senador Sánchez de Toca con el fin de intentar
aclarar las sensaciones que experimentó al recibir la carta y ver la clara incitación al
duelo que transmitía la misma. Su «convicción y conciencia cristiana respecto
al duelo» no podían más que rechazarlo, además que el hecho de venir planteado
por un alto cargo de un Tribunal de Justicia, como el presidente del Consejo
Supremo de Guerra y Marina, no tenía cabida ninguna, ya que el duelo se
encontraba prohibido en la legislación vigente. Sánchez de Toca insistió en
recalcar que no hubo en él ninguna intención de faltar u ofender al general
Aguilera ni al Consejo que presidía en la sesión del 28 de junio. «Me parecía el suplicatorio de carácter
irregular, que implicaba gravísimas cuestiones de derecho público
constitucional, que se lesionaban cosas enormísimas ahí; y eso es lo que sostuve»[7],
siguió indicando Sánchez de Toca e insistiendo en que Aguilera le diga qué
palabras ofensivas encontró hacia él.
El general persistió en su posición. Continuó afirmando que se le había insultado a él y al Consejo Supremo de Guerra y Marina y «para terminar el incidente. Yo respeto al Senado, pero sostengo mi carta. Nada más»[8]. Volvieron a aumentar los rumores y las protestas, el orden se perdió por completo en el Salón de Sesiones. Entre los asientos del fondo del salón a la derecha se formó un tumulto. Dos diputados, don Diego Martín Veloz y don Juan Mirat Domínguez empezaron a agredirse. Según parece, tras esas últimas palabras de Aguilera, Martín Veloz le dijo a Mirat: «Ese es un hombre, y no usted, que no lo es».
Don Juan Mirat se levantó
de su asiento y le asestó con el bastón tal golpe en la región temporal derecha
que le abrió una herida por la que empezó a sangrar. Martín Veloz cayó al suelo
y al intentarse poner en pie sacó una pistola del calibre 9 que apuntó a Mirat.
El senador don Arturo Soria y Hernández se echó sobre Martín Veloz para
arrebatarle la pistola. Lo mismo hizo el diputado don Indalecio Prieto Tuero.
Forcejearon durante cinco minutos hasta que un ujier consiguió hacerse con la
pistola y llevársela al presidente de la Cámara.
Durante un cuarto de hora
el Salón de Sesiones se convirtió en un hervidero de protestas, gritos y
confusión. Finalmente, tras expulsar del salón a los dos diputados, el tumulto
se calmó y el conde de Romanones tomó la palabra:
«Señores
Senadores, es lamentable el espectáculo que se está dando, y yo ruego a todos
que guarden orden. Los debates los dirige la Presidencia y en ningún caso las
imposiciones de la fuerza material. Yo ruego a los Sres. Senadores que se
sienten.
Al
mismo tiempo he de hacer constar que el lamentable incidente se ha producido
entre dos espectadores, siquiera ellos sean Diputados, no entre Senadores.»[9]
A continuación habló el
ministro de la Guerra, el general Aizpuru, para dejar claro que él siempre
había defendido al Consejo Supremo de Guerra y Marina y a todos los organismos
militares, pero que en el Senado nadie había ofendido al Consejo.
Caricaturas de Sánchez de Toca, Aguilera, Sánchez Guerra y Aizpuru. Blanco y Negro, 15 de julio de 1923, p. 19. |
El presidente del Senado
en un último intento por cerrar el asunto de forma satisfactoria volvió a
insistir a Aguilera para que explicase qué palabras de las dichas por Sánchez
de Toca le habían ofendido y le recordó que la inviolabilidad era un atributo
principal del Parlamento, así como su independencia absoluta, ya que «sólo dentro del Parlamento se dirimen los
problemas en el Parlamento presentados. La opinión de fuera queda detenida en
los muros de esta casa. Aquí no puede penetrar, ni penetrará mientras ocupe yo
la Presidencia». El general Aguilera se reafirmó en su postura de mantener
la carta y se limitó a decir que ésta «rechazaba
ofensas, no sólo las que se me hicieron en el Salón de sesiones, sino fuera de
él, en los pasillos del Senado».
Antes de dar por
concluido el asunto sin dar una solución satisfactoria al mismo, el conde del
Moral de Calatrava solicitó que las manifestaciones expuestas en los discursos,
en especial las del general Aguilera, se mantuviesen sin alterar en el Diario
de Sesiones, pero no fue así ya que el propio militar las corregiría posteriormente
y eliminaría varias de las palabras que dirigió a la Cámara, y que por tanto no
figuran en el Diario de Sesiones.
Terminado el debate, el marqués de Alhucemas abandonó el salón entre aplausos y algunos senadores lo acompañaron hasta el despacho de Sres. Ministros dando vivas al Poder civil. En el salón se dio paso al orden del día, pero era tanta la alteración que seguía existiendo que el presidente a las cinco y diez minutos suspendió la sesión. Media hora más tarde, se volvió a reanudar, pero cinco minutos después se levantó definitivamente la sesión.
En su despacho, el conde
de Romanones habló con los diputados Martín Veloz y Mirat y los envió al
Congreso de los Diputados acompañados por el secretario de la Mesa don Juan
Ranero y Rivas, para poner en conocimiento del presidente de esa Cámara, don
Melquíades Álvarez, el incidente ocurrido. Al recibir las explicaciones de
ambos, el presidente transmitió por carta al del Senado su profundo pesar por
lo sucedido.
Salida de José Sánchez Guerra y del general Aguilera del Palacio del Senado. ABC, 6 de julio de 1923, nº6397, p. 3. |
El general Aguilera
permaneció sentado en el Salón de Conferencias hasta cerca de las seis de la
tarde, rodeado de amigos, y marchó a su casa donde siguió recibiendo numerosas
visitas como la noche anterior. Llegó incluso a formarse un grupo del orden de
200 personas frente a su domicilio en la calle Juan de Mena, pero cuando se
disponían a mostrar su simpatía y lanzar vivas por el general, la presencia de
los fotógrafos los cohibió y se fueron marchando hacia el Ateneo y el Círculo
Militar, quedando disuelta aquella concentración.
El día no concluiría sin
otra mala noticia para el Senado. El Oficial Mayor de la Cámara, don Moisés
García Muñoz, debido a los altercados ocurridos y la alteración producida
sufrió un infarto en su despacho y fue trasladado a su domicilio en estado
grave. Afortunadamente, pudo recuperarse con el paso de los días.
Al día siguiente, el 6 de
julio, los ánimos se fueron calmando. La gente acudió rápidamente a hacerse con
el Diario de Sesiones para leer el debate del día anterior, pero cundió la
decepción al ver que el general Aguilera había corregido sus frases. Lo
ocurrido el 5 de julio de 1923 en el Senado tuvo su huella en el desenlace de
los acontecimientos que estaban por venir en la historia de España. Aquella
bofetada dada por Sánchez Guerra al general Aguilera supuso descartarlo como
cabeza del golpe de Estado que se estaba gestando.
También, lo vivido en
esos días evidenció la situación real de un régimen al que le quedaba poco
tiempo de existencia. Así lo supo ver de forma certera el senador don José
María González de Echévarri y Vivanco, que en la sesión del 6 de julio diría:
«Como
enemigo que soy del régimen parlamentario, hablo, siquiera sea en calidad de
estrambote, para felicitarme de ver cómo ayer quedó todo ese sistema por los
suelos. Efectivamente, toda la sesión de ayer fue eso: las últimas
consecuencias de un sistema bochornoso que agoniza.»[10]
Tal era la agonía, que
unos meses después, el 13 de septiembre de 1923, el tan anunciado golpe se
hacía realidad. El capitán general de Cataluña, don Miguel Primo de Rivera,
implantaba un Directorio Militar con él como Jefe del Gobierno, poniéndose así
fin al régimen nacido de la constitución de 1876.
[1]
Diario de Sesiones del
Congreso de los Diputados, 5 de julio de 1923, nº23, p.755.
[2] SOLDEVILLA Fernando, El año
político 1923, Imprenta y encuadernación de Julio Cosano, 1924, p. 231.
[3] El Siglo Futuro, 5 de julio de
1923, nº4971, p. 3.
[4]
Diario de Sesiones del
Senado, 5 de julio de 1923, nº26, p. 474.
[5]
Ibídem, p. 475.
[6]
Ídem.
[7]
Ibídem, p. 476.
[8] Ibídem, p. 477.
[9] Ídem.
[10]
Diario de Sesiones del
Senado, 6 de julio de 1923, nº27, p. 483.
Otras fuentes:
- ABC, 6, 7 y 8 de julio de 1923.
- El Imparcial, 6 de julio de 1923.
- El Siglo Futuro, 5, 6 y 7 de julio de 1923.
- La Acción, 6 de julio de 1923.
- La Época, 5 de julio de 1923.
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