04 febrero 2021

Escándalo en el Senado (II): amenazas y agresiones

    Con todos los antecedentes comentados en Escándalo en el Senado (I): la carta del general Aguilera, se llegó al jueves 5 de julio. Los graves sucesos que ocurrieron ese día en el Senado marcaron la jornada, pero cabe destacar también las graves acusaciones que el diputado don Arsenio Martínez de Campos y de la Viesca, marqués de la Viesca, realizó a última hora en la sesión vespertina del Congreso. En la Cámara Baja o Cámara popular, como se la solía llamar, se estaban debatiendo las responsabilidades políticas por la derrota de Annual. En un momento del debate, el marqués de la Viesca anunció lo que ya eran más que rumores desde hacía tiempo: la proximidad de un golpe de Estado con el general Aguilera como cabeza del mismo.

    «[…] Podemos afirmar, debemos afirmar, y yo tengo la obligación de decirlo en la Cámara, que hay un centro revolucionario en estos momentos; que antes se conspiraba más allá de las fronteras, pero que ahora se conspira en pleno Madrid; que se tiene hasta formado el nuevo Gobierno e inclusive ultimada la lista de gobernadores.»[1]

    En el mismo discurso, incluso afirmaría la presencia del ministro de Fomento, don Rafael Gasset Chinchilla, en ese nuevo Gobierno resultante del golpe.


Portada de ABC del 6 de julio de 1923 en la que puede verse la Plaza de los Ministerios
(hoy de la Marina Española) llena de coches y gente a la entrada del Palacio del Senado.

    En el Senado se vivía un ambiente pocas veces visto. A las tres de la tarde, senadores, diputados, periodistas, llenaban los pasillos del Palacio a la espera de que comenzase la sesión. Salvo en las sesiones regias de apertura de las Cortes no se recordaba una expectación de ese nivel. Y no era para menos, todo el mundo quería saber qué iba a decir el general Aguilera en la sesión de esa tarde. Fueron llegando al Palacio el presidente del Consejo de Ministros y el resto del Gobierno, que acudieron a saludar al conde de Romanones a su despacho. En el despacho central de la Presidencia a parte de los ministros y otras personalidades políticas, se encontraba también el jefe del Partido Conservador, don José Sánchez Guerra. Éste había acudido para hablar con el presidente del Consejo de Ministros a raíz de una nota que le había llegado con unas palabras que el general Aguilera habría pronunciado la noche anterior, unas palabras insultantes y groseras.

    Mientras tanto, llegó al Senado el senador Sánchez de Toca, que acudió al salón de sesiones a tomar asiento. Poco después, tras él llegaría el general Aguilera, acompañado por el general Burguete, que procedería de igual manera, no sin antes verse rodeado por fotógrafos y periodistas. Al rato de sentarse en su asiento, un secretario de la Mesa le informa de que el conde de Romanones quiere verlo en su despacho. Reunidos el marqués de Alhucemas, el general Aizpuru, Aguilera y Romanones en el despacho del presidente, éste solicitó al general que diera las explicaciones oportunas acerca de las palabras que el jefe de los conservadores les había mostrado. Aguilera expuso que la primera parte de la nota, la referida a los insultos no era exacta, pero que la segunda sí, en la que se decía que si se cursaba el suplicatorio contra él para procesarlo, como la calle y el Ejército estaban con él, lo impediría.

    A las cuatro y cinco minutos de la tarde se oye por los pasillos la campanilla llamando a la sesión, pero el presidente del Senado seguía en su despacho y los pasillos estaban repletos de políticos y periodistas. La campanilla dejó de sonar y la sesión retrasó su comienzo. Tras dar sus explicaciones, el general Aguilera salió del despacho del presidente, en vez de por la puerta que da al pasillo, por la puerta que da al despacho central de la Presidencia. Allí se encontraban entre otros parlamentarios los diputados don Eugenio Barroso Sánchez-Guerra, don Manuel Brocas Gómez, don José Abril y Ochoa y el ya mencionado don José Sánchez Guerra. Éste y Aguilera se saludaron cordialmente y entablaron un diálogo relativo a la nota que había presentado el jefe de los conservadores.

    También debió salir el tema de la carta a Sánchez de Toca y el general Aguilera en un tono sosegado hizo alusión a que la epidermis de los militares es más fina que la de los civiles en cuestiones de honor. Sánchez Guerra no pudo contenerse y claramente ofendido le dijo «que el honor es igual en los civiles que en los militares; es privativo del hombre, pero no exclusivo de una clase. No es nuevo esto en mí, que lo vengo diciendo desde muy mozo, y, por mi parte, no toleraría una ligera diferenciación de honores con merma de los hombres civiles»[2]. La excitación de ambos iba en aumento y Sánchez Guerra castigó las duras palabras del general dándole una bofetada. Los allí presentes se abalanzaron sobre ambos para separarlos y sujetar a Aguilera. Fue tal el revuelo que se formó que el conde de Romanones salió de su despacho, ordenó salir a todos y que cerraran las puertas, aunque a los pasillos ya había llegado el rumor del altercado. Quedaron dentro los dos presidentes (el del Senado y el del Consejo de Ministros), Sánchez Guerra y los generales Aguilera y Aizpuru. El conde de Romanones les encomió a zanjar allí mismo tan desagradable altercado y de buenas maneras ambos cedieron, se estrecharon la mano y quedaron reconciliados.


Viñeta humorística alusiva a la bofetada.
Blanco y Negro, 15 de julio de 1923, p. 29.

    A las cuatro y cuarto y volvió a sonar la campanilla llamando a la sesión. Lo acontecido minutos antes era ya conocido por todos y corrían comentarios alusivos al general Aguilera y a que se quería erigir en dictador. Al ver salir de la Presidencia al jefe de los conservadores, un gran número de senadores lo ovacionaron y apoyaron, lanzando vivas al Poder civil. Una ovación clamorosa que Sánchez Guerra se apresuró a callar diciendo que no había nada del Poder civil en aquello, sólo asuntos de caballeros. Otros senadores se aproximaron a Aguilera para acompañarlo a su entrada en el Salón de Sesiones, pero lo rechazó: «no necesito que venga nadie conmigo»[3]. Segundos después, los pasillos del Palacio quedaron desiertos. El Salón de Sesiones lleno hasta la bandera con senadores y diputados en sus asientos; las tribunas, llenas también.

    A las cuatro y veinte minutos de la tarde se abrió la sesión. La presidía el conde de Romanones y en el banco azul estaban el presidente del Consejo, marqués de Alhucemas, y los ministros de Gracia y Justicia, Marina, Guerra e Instrucción Pública y Bellas Artes. El general Aguilera puesto en pie dio comienzo a su discurso alegando que «la carta que escribí al Sr. Sánchez de Toca la sostengo en todas sus partes: iba dirigida a la persona, no al Senador; creí que iba a tener la debida contestación. Y en vez de esto, he visto que ha plegado sus alas y se ha guarecido bajo el amparo de su investidura de Senador»[4]. Ante estas declaraciones se levantaron grandes rumores en la Cámara con alusiones a la provocación al duelo que planteaba el general Aguilera. El conde de Romanones se esforzaba una y otra vez en poner orden haciendo sonar la campanilla.

    Respecto a los rumores difundidos en la prensa acerca de que se pretendía remitir un suplicatorio al Senado para procesar y poner en confinamiento al general Aguilera, éste prosiguió: «Yo he de manifestar – para terminar – que en el cargo que hoy desempeño estoy dispuesto a perseverar hasta que se me destituya, porque el que me conozca sabe que jamás deserto de los puestos de honor. Ahora, espero que el Senado evite el atropello que conmigo se quiere hacer; pero si el Senado, con las personas que lo constituyen, de tanto relieve y de tanta consideración, no estudian bien los Reglamentos interiores, no meditan y escogen los procedimientos y se me atropella, yo espero que la opinión, y con ella la gente, me harán justicia»[5].

    Ante semejantes palabras, las protestas por todo el Salón de Sesiones fueron numerosas y enérgicas. El presidente puso todo su empeño en acallarlas y poner orden entre los senadores, pero no lo logró, de forma que no se consiguió oír lo que continuó diciendo el general. Finalmente, Romanones le dijo: «Señor Aguilera: hablar de eso en el Senado, es una coacción y una amenaza que el Senado no puede consentir». A lo que Aguilera respondió: «El Senado ha podido estar más considerado conmigo… A los hombres de buena fe ¡cómo se les quiere tratar!».

    La agitación en el salón continuaba y cuando parecía que se calmaban algo los ánimos pidió la palabra el presidente del Consejo de Ministros. El marqués de Alhucemas agradeció las palabras que había tenido Aguilera para el Gobierno, pero ante el asunto de un posible suplicatorio como consecuencia de la carta y las declaraciones del general con ciertas connotaciones subversivas, fue bastante contundente al afirmar que «de la tramitación que se dé al asunto no quiero hablar; pero sea el que fuere el final que tenga, siendo un final acordado por el Senado, ese final tiene que merecer el respeto de todo el mundo, de los de dentro y de los de fuera, de los civiles y de los militares. Y si alguien intentara hacer otra cosa, y por su fuerza y número pudiera más que la representación parlamentaria, yo tengo que decir al Sr. Aguilera y tengo que asegurar al país y que declarar ante la Historia, que esa fuerza pasaría por encima de los cadáveres de todos nosotros»[6].

    Estas palabras fueron acogidas con una estruendosa ovación y aplausos que duraron largo rato. Acto seguido tomó la palabra el senador Sánchez de Toca con el fin de intentar aclarar las sensaciones que experimentó al recibir la carta y ver la clara incitación al duelo que transmitía la misma. Su «convicción y conciencia cristiana respecto al duelo» no podían más que rechazarlo, además que el hecho de venir planteado por un alto cargo de un Tribunal de Justicia, como el presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, no tenía cabida ninguna, ya que el duelo se encontraba prohibido en la legislación vigente. Sánchez de Toca insistió en recalcar que no hubo en él ninguna intención de faltar u ofender al general Aguilera ni al Consejo que presidía en la sesión del 28 de junio. «Me parecía el suplicatorio de carácter irregular, que implicaba gravísimas cuestiones de derecho público constitucional, que se lesionaban cosas enormísimas ahí; y eso es lo que sostuve»[7], siguió indicando Sánchez de Toca e insistiendo en que Aguilera le diga qué palabras ofensivas encontró hacia él.

    El general persistió en su posición. Continuó afirmando que se le había insultado a él y al Consejo Supremo de Guerra y Marina y «para terminar el incidente. Yo respeto al Senado, pero sostengo mi carta. Nada más»[8]. Volvieron a aumentar los rumores y las protestas, el orden se perdió por completo en el Salón de Sesiones. Entre los asientos del fondo del salón a la derecha se formó un tumulto. Dos diputados, don Diego Martín Veloz y don Juan Mirat Domínguez empezaron a agredirse. Según parece, tras esas últimas palabras de Aguilera, Martín Veloz le dijo a Mirat: «Ese es un hombre, y no usted, que no lo es».

    Don Juan Mirat se levantó de su asiento y le asestó con el bastón tal golpe en la región temporal derecha que le abrió una herida por la que empezó a sangrar. Martín Veloz cayó al suelo y al intentarse poner en pie sacó una pistola del calibre 9 que apuntó a Mirat. El senador don Arturo Soria y Hernández se echó sobre Martín Veloz para arrebatarle la pistola. Lo mismo hizo el diputado don Indalecio Prieto Tuero. Forcejearon durante cinco minutos hasta que un ujier consiguió hacerse con la pistola y llevársela al presidente de la Cámara.

    Durante un cuarto de hora el Salón de Sesiones se convirtió en un hervidero de protestas, gritos y confusión. Finalmente, tras expulsar del salón a los dos diputados, el tumulto se calmó y el conde de Romanones tomó la palabra:

    «Señores Senadores, es lamentable el espectáculo que se está dando, y yo ruego a todos que guarden orden. Los debates los dirige la Presidencia y en ningún caso las imposiciones de la fuerza material. Yo ruego a los Sres. Senadores que se sienten.

    Al mismo tiempo he de hacer constar que el lamentable incidente se ha producido entre dos espectadores, siquiera ellos sean Diputados, no entre Senadores.»[9]

    A continuación habló el ministro de la Guerra, el general Aizpuru, para dejar claro que él siempre había defendido al Consejo Supremo de Guerra y Marina y a todos los organismos militares, pero que en el Senado nadie había ofendido al Consejo.


Caricaturas de Sánchez de Toca, Aguilera, Sánchez Guerra y Aizpuru.
Blanco y Negro, 15 de julio de 1923, p. 19.

    El presidente del Senado en un último intento por cerrar el asunto de forma satisfactoria volvió a insistir a Aguilera para que explicase qué palabras de las dichas por Sánchez de Toca le habían ofendido y le recordó que la inviolabilidad era un atributo principal del Parlamento, así como su independencia absoluta, ya que «sólo dentro del Parlamento se dirimen los problemas en el Parlamento presentados. La opinión de fuera queda detenida en los muros de esta casa. Aquí no puede penetrar, ni penetrará mientras ocupe yo la Presidencia». El general Aguilera se reafirmó en su postura de mantener la carta y se limitó a decir que ésta «rechazaba ofensas, no sólo las que se me hicieron en el Salón de sesiones, sino fuera de él, en los pasillos del Senado».

    Antes de dar por concluido el asunto sin dar una solución satisfactoria al mismo, el conde del Moral de Calatrava solicitó que las manifestaciones expuestas en los discursos, en especial las del general Aguilera, se mantuviesen sin alterar en el Diario de Sesiones, pero no fue así ya que el propio militar las corregiría posteriormente y eliminaría varias de las palabras que dirigió a la Cámara, y que por tanto no figuran en el Diario de Sesiones.

    Terminado el debate, el marqués de Alhucemas abandonó el salón entre aplausos y algunos senadores lo acompañaron hasta el despacho de Sres. Ministros dando vivas al Poder civil. En el salón se dio paso al orden del día, pero era tanta la alteración que seguía existiendo que el presidente a las cinco y diez minutos suspendió la sesión. Media hora más tarde, se volvió a reanudar, pero cinco minutos después se levantó definitivamente la sesión.

    En su despacho, el conde de Romanones habló con los diputados Martín Veloz y Mirat y los envió al Congreso de los Diputados acompañados por el secretario de la Mesa don Juan Ranero y Rivas, para poner en conocimiento del presidente de esa Cámara, don Melquíades Álvarez, el incidente ocurrido. Al recibir las explicaciones de ambos, el presidente transmitió por carta al del Senado su profundo pesar por lo sucedido.


Salida de José Sánchez Guerra y del general Aguilera del Palacio del Senado.
ABC, 6 de julio de 1923, nº6397, p. 3.

    El general Aguilera permaneció sentado en el Salón de Conferencias hasta cerca de las seis de la tarde, rodeado de amigos, y marchó a su casa donde siguió recibiendo numerosas visitas como la noche anterior. Llegó incluso a formarse un grupo del orden de 200 personas frente a su domicilio en la calle Juan de Mena, pero cuando se disponían a mostrar su simpatía y lanzar vivas por el general, la presencia de los fotógrafos los cohibió y se fueron marchando hacia el Ateneo y el Círculo Militar, quedando disuelta aquella concentración.

    El día no concluiría sin otra mala noticia para el Senado. El Oficial Mayor de la Cámara, don Moisés García Muñoz, debido a los altercados ocurridos y la alteración producida sufrió un infarto en su despacho y fue trasladado a su domicilio en estado grave. Afortunadamente, pudo recuperarse con el paso de los días.

    Al día siguiente, el 6 de julio, los ánimos se fueron calmando. La gente acudió rápidamente a hacerse con el Diario de Sesiones para leer el debate del día anterior, pero cundió la decepción al ver que el general Aguilera había corregido sus frases. Lo ocurrido el 5 de julio de 1923 en el Senado tuvo su huella en el desenlace de los acontecimientos que estaban por venir en la historia de España. Aquella bofetada dada por Sánchez Guerra al general Aguilera supuso descartarlo como cabeza del golpe de Estado que se estaba gestando.

    También, lo vivido en esos días evidenció la situación real de un régimen al que le quedaba poco tiempo de existencia. Así lo supo ver de forma certera el senador don José María González de Echévarri y Vivanco, que en la sesión del 6 de julio diría:

    «Como enemigo que soy del régimen parlamentario, hablo, siquiera sea en calidad de estrambote, para felicitarme de ver cómo ayer quedó todo ese sistema por los suelos. Efectivamente, toda la sesión de ayer fue eso: las últimas consecuencias de un sistema bochornoso que agoniza.»[10]

    Tal era la agonía, que unos meses después, el 13 de septiembre de 1923, el tan anunciado golpe se hacía realidad. El capitán general de Cataluña, don Miguel Primo de Rivera, implantaba un Directorio Militar con él como Jefe del Gobierno, poniéndose así fin al régimen nacido de la constitución de 1876.



[1] Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, 5 de julio de 1923, nº23, p.755.

[2] SOLDEVILLA Fernando, El año político 1923, Imprenta y encuadernación de Julio Cosano, 1924, p. 231.

[3] El Siglo Futuro, 5 de julio de 1923, nº4971, p. 3.

[4] Diario de Sesiones del Senado, 5 de julio de 1923, nº26, p. 474.

[5] Ibídem, p. 475.

[6] Ídem.

[7] Ibídem, p. 476.

[8] Ibídem, p. 477.

[9] Ídem.

[10] Diario de Sesiones del Senado, 6 de julio de 1923, nº27, p. 483.

Otras fuentes:

- ABC, 6, 7 y 8 de julio de 1923.

- El Imparcial, 6 de julio de 1923.

- El Siglo Futuro, 5, 6 y 7 de julio de 1923.

- La Acción, 6 de julio de 1923.

- La Época, 5 de julio de 1923.

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