15 marzo 2021

El loco del Senado


    Aunque la historia del Senado en España no es muy extensa, sí ha dado para ver momentos de todo tipo. Momentos memorables, momentos lamentables y también algún que otro episodio anecdótico y curioso. Uno de estos últimos es el que tuvo lugar el miércoles 13 de febrero de 1889. El suceso fue tan inaudito que todos los periódicos lo recogieron y no fueron pocos los que dieron la noticia con cierta sorna.

    Como casi todas las tardes, tal y como era habitual, había sesión en la Alta Cámara. Ésta comenzó a las dos y cuarenta minutos con el incidente relativo a la inexactitud con la que algunos periódicos, en este caso El Imparcial, publicaban el extracto o reseña de las sesiones. Mientras esta protesta del senador don Ignacio Rojo Arias se estaba discutiendo en el salón, más arriba en el salón de prensa o salón de periodistas se producía el suceso anecdótico en cuestión. Dicho salón se encontraba en el primer piso tras el testero del salón de sesiones y servía de zona de descanso para los periodistas. A su vez, comunicaba con las dos tribunas destinadas para ellos.


Tribunas usadas antiguamente por la prensa.

Las tribunas.


    Así narraba el periódico conservador La Monarquía lo sucedido:


    Existe y existirá en literatura «El loco de la guardilla»[1] y ayer apareció otro que se conocerá en política por el «loco del Senado».

    A las tres y media de la tarde, se presentó ayer en el saloncillo de descanso contiguo a la tribuna de la prensa en el Senado, un sujeto de unos cincuenta años, de guante blanco y clac, luciendo en el ojal del gabán varias cintas de colores simulando condecoraciones.

      — ¿Qué deseaba V.? — le interrogó el hujier.

     — Saber por dónde se entra en el Senado — contestó el extraño personaje.

      —  Dentro del Senado está V.

      — Sí; pero quiero entrar en el salón de sesiones, porque soy el nuevo ministro de Fomento.

    Los periodistas que presenciaban la escena no pudieron contener una carcajada espontánea, que no hizo mella en el pobre demente.

     — Soy Antonio Roque Rodríguez y Rodríguez, hijo de Galicia, abogado de los tribunales de la nación, caballero de Carlos III, Isabel la Católica, Beneficencia y de otras cruces extranjeras. Soy íntimo amigo del general Cassola, he tenido diferentes lances de honor y he escrito varias obras. Hoy vengo llamado por Sagasta para reemplazar al conde de Xiquena en el ministerio de Fomento.

    Allí recitó dos odas dedicadas al Sr. Martínez Campos y Cánovas del Castillo, á quienes él había matado «moralmente».

    Bajó al salón de conferencias, con el propósito de penetrar en el de sesiones; pero á tiempo pudo ser detenido, gracias á la intervención de un periodista, que avisó a uno de los hujieres, quienes antes lo habían tomado por un personaje importante, saludándolo como á tal.

    Cuando le impidieron entrar en el salón de sesiones, manifestó que no era senador, pero sí grande de España de primera clase, condecorado por todos los Reyes del mundo, y que iba á tomar posesión, por encargo del Sr. Sagasta, de un ministerio.

    Además dijo ser doctor en los tres derechos y hombre de mucha ciencia.

    El ministro de Fomento del general Cassola fué acompañado cortésmente hasta la puerta de la calle por un empleado del Senado.

    Dirigióse entonces hacia Palacio para que la Reina, según él decía, le diese posesión del ministerio.

    Este desgraciado parece que es muy conocido de la colonia gallega.[2]

 

    El periódico La Unión Católica hizo esta otra reseña de lo sucedido:

 

    Poco después de las tres se ha dado un espectáculo original en la tribuna de la prensa del Senado.

    A dicha hora se ha presentado en aquella tribuna un sujeto á quien saludaban con respeto los hujieres de la Alta Cámara, juzgándole personaje, puesto que iba vestido de etiqueta, con guantes blancos y bastón, llevando encima del frac y á guisa de abrigo una buena levita. Desde luego ha llamado la atención de nuestros compañeros el citado personaje, y mucho más cuando, encarándose con ellos, les ha pedido que como representantes de la opinión pública le dieran posesión del ministerio de Fomento, pues había sido nombrado para esta cartera, dando lectura inmediatamente á versos suyos dedicados á los ministros y manifestando que era caballero de varias órdenes nacionales y extranjeras.

    Es opinión general que se trata de una broma pesada y de mal género y que el sujeto en cuestión, más sano del cuerpo que del juicio, ha sido instrumento de gentes á que no queremos aludir. Hemos oído que se llama Juan Roque Rodríguez y que es gallego. Tiene la manía de hacer versos y le han metido en la cabeza que es grande de España y que la Reina por premiar sus aficiones poéticas, le ha nombrado ministro.[3]

 

    El periódico El Liberal titulaba la noticia de la siguiente manera: Ministro, poeta y… loco. A lo escrito por La Monarquía y La Unión Católica, añade algunos detalles más de la conversación y lectura de los versos que este curioso personaje hizo tras su presentación y enumeración de las diversas cruces que afirmaba tener:

 

    Y sin dejar que nadie le interrumpiese y sin hacer caso de que las carcajadas iban en aumento, añadió:

    — Antes de que echen mi programa abajo en el salón de sesiones, les voy á dar á ustedes á conocer algunas poesías de que soy autor.

    Y recitó varias.

    Antes de despedirse, dijo:

     — Esta mañana he matado á Cánovas.

     — ¿Cómo?

     — Políticamente hablando. Véanlo ustedes…

    Y recitó para final una oda titulada «La muerte de Cánovas».

    Bajó luego al salón de conferencias, y si se le hubiese consentido hubiera entrado en el salón de sesiones, pues dijo que quería hacer su programa político desde el banco azul.

    Un hujier puso cortésmente en la calle al nuevo ministro de Fomento.

    Es de creer que éste, para desquitarse de no haber pronunciado un discurso en la Alta Cámara, se iría anoche al Manicomio Esquerdo á dar una conferencia sobre la paz y concordia entre los conspicuos del fusionismo.[4]

 

El banco azul del Senado desde donde quería hablar el «nuevo» ministro.
Nuevo Mundo, nº225, 27 de abril de 1898.

    De esta manera tan irónica cerraba la noticia El Liberal, pero no sería el único en recurrir al humor. La Época comenzaría así su reseña de lo sucedido: «Sin que nadie haya tenido conocimiento de ello, ni aun los más íntimos amigos del Gobierno, éste ha estado en crisis parcial»[5]. Aunque para sorna, la del diario liberal El Imparcial, que las pocas líneas que dedica al asunto las carga de ironía:

 

    Un caballero, cubierto de cruces y vestido de luto riguroso, se presentó ayer á primera hora en el Senado, y levantando el tapiz que da entrada al salón, pretendió ir solemnemente al banco azul y tomar asiento.

    Este hecho que tanto ha llamado la atención nos lo explicamos perfectamente.

    Porque seguramente se trata de uno de los quince millones de españoles como sueñan en ser ministros (sic).

    Saldría de su casa bajo la influencia de ese sueño y se iría al Senado.

    Será sonámbulo.[6]

 

    Sea como fuere, está claro que aquel hombre, Antonio Roque Rodríguez, no estaba mentalmente sano. Y también nos refleja este episodio la relativa facilidad con la que se podía llegar a entrar en el Senado, bastando con decir ser alguien que no se era. Al suceso no se le dio más importancia y fue tomado con buen humor y hasta con gracia. Con esta anécdota concluía La Ilustración Española y Americana aquel curioso episodio:

 

    No respondemos de la anécdota; pero nos dicen que el señor Sagasta se sonrió cuando le contaron el suceso, y dijo:

       ¿Se ha retirado ese individuo creyendo ser ministro?

      — Sí, señor.

       Pues no quitarle la ilusión: un aspirante menos.[7]

 


[1] El loco de la guardilla: paso que pasó en el siglo XVII es una zarzuela en un acto escrita por Narciso Serra y con música de Manuel Fernández Caballero. Fue estrenada el 9 de octubre de 1861 en el teatro de la Zarzuela y cosechó un éxito notable. La obra se centra en los momentos en que Miguel de Cervantes escribe su novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en 1605.

[2] La Monarquía, nº480, 14 de febrero de 1889, p. 3.

[3] La Unión Católica, nº511, 13 de febrero de 1889, p. 3.

[4] El Liberal, nº3541, 14 de febrero de 1889, p. 2.

[5] La Época, nº13117, 13 de febrero de 1889, p. 3.

[6] El Imparcial, nº 7808, 14 de febrero de 1889, p. 1.

[7] La Ilustración Española y Americana, nº6, 15 de febrero de 1889, p. 2.

No hay comentarios:

Publicar un comentario