03 septiembre 2021

La escalera principal del Palacio del Senado



Escalera principal del Palacio del Senado.

    La transformación del Palacio del Senado en un edificio más bello y digno para la Alta Cámara que albergaba, incluyó la construcción de una gran escalera principal de mármol en la fachada norte del palacio. De esta manera, se suprimió la antigua escalera de la crujía central que daba acceso al piso alto por una mucho más amplia y propia de un palacio. La Comisión de Gobierno Interior en su reunión del 28 de junio de 1880 aprobó los planos y pliegos de condiciones elaborados el día 25 por el arquitecto del Senado, Agustín Ortiz de Villajos, para la construcción de la escalera principal y acordó sacar a concurso la obra invitando a los principales marmolistas para que presentasen sus propuestas.


Vista del Palacio del Senado en el Plano parcelario de Madrid (1872-1874) 
de Carlos Ibáñez e Ibáñez de Ibero. Puede verse la antigua escalera en la crujía central.


Detalle de la escalera principal en un plano de 1888 del Palacio del Senado.


    El 7 de julio, oídas las propuestas presentadas, acordó «autorizar al arquitecto Sr. Villajos para que […] admita la proposición del marmolista D. Pedro Nicoli si ofrece llevarla a efecto con sujeción a los planos y condiciones que le han sido presentados, por el precio de 14500 pesetas», que se abonaría en tres plazos iguales. El contrato se firmó el 12 de julio y en él se establecía la entrega de la obra en un plazo de tres meses. De no ser así, se impondría a Nicoli la multa de 100 pesetas por cada día de retraso en la terminación de la obra. Debía, por tanto, terminarla en octubre, pero no entregó la obra finalizada hasta el 26 de diciembre, por lo que el presidente, el marqués de Barzanallana, convino el 12 de febrero de 1881 a tomar alguna medida. Si bien, se inclinó por no exigirle toda la responsabilidad, ya que había hecho un gran trabajo con la escalera y la había terminado antes de la apertura de Cortes (30 de diciembre). Por eso, propuso suspender el pago que solicitaba Nicoli por los mármoles rojos de Cabra puestos en los zócalos de la escalera hasta recibir las cuentas del arquitecto Villajos, y autorizar al conde de la Romera para que cuando esto ocurra, resolver en función de la situación lo que considere más justo, procurando sacar el mejor partido posible en beneficio del Senado. El 6 de marzo la Comisión de Gobierno Interior acordó rebajarle de la cuenta presentada por los mármoles, que ascendía a 2395,5 pesetas, la cantidad de 750. Esto se le pagaría con el tercer y último plazo de 4833,34 pesetas.

    A pesar de la sobriedad que luce actualmente la escalera, antaño no fue así. El 10 de noviembre de 1880, con motivo de las obras efectuadas, la Comisión de Gobierno Interior acordó encargar unas alfombras para la escalera principal y sus mesetas a la Real Fábrica de Tapices. Así mismo, se colocó en el rellano intermedio el busto en mármol del marqués del Duero, hecho por José Gragera en 1877, sobre una columna también de mármol. En dos hornacinas abiertas en la pared se colocaron sendas esculturas de yeso, así como varios apliques. Del techo colgaba una araña de metal dorado con cinco brazos  y en los paramentos dos grandes cuadros: Muerte del marqués del Duero de Joaquín Agrasot y Juan, y Combate naval de Lepanto de Juan Luna y Novicio, tras haber sido retirado éste de su emplazamiento original en el Salón de Conferencias.


Busto en mármol del marqués del Duero hecho por José Gragera en 1877.

    La escalera tenía un gran tramo central, que terminaba en un rellano intermedio con un ventanal decorado por una vidriera, y dos tramos laterales que subían hasta el piso alto. Los peldaños eran de mármol y los pasamanos de madera, con topes de metal, y con terciopelo carmesí con borlas de seda y argollas doradas.

    En la reunión que celebró la Comisión de Gobierno Interior el 12 de abril de 1881, se acordó que el presidente, el marqués de Barzanallana, «diese los pasos necesarios para que se construyeran en Munich unas vidrieras con figuras simbólicas y escudos de armas, que se colocarán en la ventana que da luz a la caja de la escalera; y que entretanto, para evitar que el sol dañe a algún cuadro, se ponga una tela blanca suficientemente tupida y que deje paso a la luz y no a los rayos solares».

    La gestión se le encargó a Augusto Conte y Lerdo de Tejada, ministro plenipotenciario español en Viena. A Barzanallana, la Comisión le autorizó el 9 de mayo para remitir a Conte el dibujo que serviría como modelo para la fabricación de las vidrieras. El 1 de junio se decidió que finalmente las vidrieras se hiciesen en Viena y que Conte se encargase de firmar el contrato con el artífice de las mismas. La adquisición se hizo en el mismo año 1881 en 10000 pesetas.

    En el Catálogo de las obras de arte existentes en el Palacio del Senado de 1917, elaborado por el senado Ángel Avilés, se encuentra la siguiente descripción de la vidriera:

    «La gran ventana de la escalera de honor del Palacio del Senado, tiene una vidriera polícroma de dos hojas. En una de ellas figura el Patriotismo, representado por un mancebo de tamaño natural, con la mano izquierda en la empuñadura de la espada y sujetando con la derecha una corona de hojas de roble. En la otra hoja de la vidriera se representa la Elocuencia por una joven que sostiene en el brazo izquierdo un libro, con el título Cicero, y en la mano derecha un manojo de dardos.

    Corona la vidriera un medio punto, que ostenta en el centro un escudo con las armas de España, flanqueado por otros dos escudos más pequeños, en los que campean las insignias de cuatro Órdenes militares en uno, y las de cuatro Órdenes civiles en el otro».


Vidriera que adornó el ventanal de la escalera principal.

    A las seis menos cuarto de la tarde del 9 de junio de 1899, siendo presidente del Senado el general Arsenio Martínez Campos, comenzó en Madrid una fortísima granizada que causó grandes destrozos en la capital. En el caso del Senado fueron importantes: se rompieron los lucernarios del Salón de Conferencias y de la Sala de lectura de la Biblioteca, lo que ocasionó que se inundasen ambos espacios, los coches que estaban en la Plaza de los Ministerios volcaron, rompiéndose sus cristales y faroles. Varios cocheros fueron enviados a la Casa de Socorro con heridas en la cabeza, uno de ellos, el del general Ramón Blanco, en estado grave con conmoción cerebral. La plaza quedó cubierta con una capa de granizo de 11cm. El viento huracanado provocó que el granizo chocase violentamente contra los cristales de las fachadas del Palacio, rompiéndolos.

    No escapó del destrozo la vidriera de la escalera, al romperse gran parte de la hoja en la que estaba representado el Patriotismo. En cambio, la hoja donde estaba la Elocuencia quedó intacta. Según cuenta Julio de Saracíbar en Del Senado que desapareció. Memorias de un funcionario senatorial ya casi sesentón (1897-1931), «en este Madrid, en donde de todo se saca punta para hacer un chiste, parodiando aquello de sálvense los principios aunque perezcan las colonias, díjose entonces: menos mal sí, aunque el patriotismo padeciera, la elocuencia se salvó. Afortunadamente, la vidriera pudo repararse y el destrozo quedó como un suceso anecdótico.

    Durante la etapa del Consejo Nacional, la escalera cambió su aspecto. Siendo Raimundo Fernández-Cuesta ministro secretario general del Movimiento, se realizaron en 1951 obras de gran calado en el Palacio del entonces Consejo Nacional para dignificar el edificio y hacerlo más funcional, sin perder su antigua esencia. Entre esas obras ejecutadas por el arquitecto Manuel Ambrós Escanellas estuvo la remodelación de la escalera, pues se desmontó la barandilla «para colocar en su lugar otra integrada por balaustres y pasamanos de mármol blanco». Ahí no quedó la reforma, ya que en 1969 siendo ministro secretario general José Solís Ruiz y por iniciativa del secretario del Consejo Licinio de la Fuente se construyó una segunda planta en el Palacio. Debido a esto, hubo que ampliar la escalera con tres tramos más, semejantes a los anteriores, para poder subir al nuevo piso.


Detalle de la escalera (planta baja) en un plano de 1951.

Detalle de la escalera (primera planta) en un plano de 1951.

Tramos de la escalera construidos para subir a la segunda planta.

Ventanal de la escalera donde estuvo la vidriera.


Escalera principal en la planta baja.
La escalera se continuó hacia abajo para ir a los sótanos y al edificio de Ampliación.

15 marzo 2021

El loco del Senado


    Aunque la historia del Senado en España no es muy extensa, sí ha dado para ver momentos de todo tipo. Momentos memorables, momentos lamentables y también algún que otro episodio anecdótico y curioso. Uno de estos últimos es el que tuvo lugar el miércoles 13 de febrero de 1889. El suceso fue tan inaudito que todos los periódicos lo recogieron y no fueron pocos los que dieron la noticia con cierta sorna.

    Como casi todas las tardes, tal y como era habitual, había sesión en la Alta Cámara. Ésta comenzó a las dos y cuarenta minutos con el incidente relativo a la inexactitud con la que algunos periódicos, en este caso El Imparcial, publicaban el extracto o reseña de las sesiones. Mientras esta protesta del senador don Ignacio Rojo Arias se estaba discutiendo en el salón, más arriba en el salón de prensa o salón de periodistas se producía el suceso anecdótico en cuestión. Dicho salón se encontraba en el primer piso tras el testero del salón de sesiones y servía de zona de descanso para los periodistas. A su vez, comunicaba con las dos tribunas destinadas para ellos.


Tribunas usadas antiguamente por la prensa.

Las tribunas.


    Así narraba el periódico conservador La Monarquía lo sucedido:


    Existe y existirá en literatura «El loco de la guardilla»[1] y ayer apareció otro que se conocerá en política por el «loco del Senado».

    A las tres y media de la tarde, se presentó ayer en el saloncillo de descanso contiguo a la tribuna de la prensa en el Senado, un sujeto de unos cincuenta años, de guante blanco y clac, luciendo en el ojal del gabán varias cintas de colores simulando condecoraciones.

      — ¿Qué deseaba V.? — le interrogó el hujier.

     — Saber por dónde se entra en el Senado — contestó el extraño personaje.

      —  Dentro del Senado está V.

      — Sí; pero quiero entrar en el salón de sesiones, porque soy el nuevo ministro de Fomento.

    Los periodistas que presenciaban la escena no pudieron contener una carcajada espontánea, que no hizo mella en el pobre demente.

     — Soy Antonio Roque Rodríguez y Rodríguez, hijo de Galicia, abogado de los tribunales de la nación, caballero de Carlos III, Isabel la Católica, Beneficencia y de otras cruces extranjeras. Soy íntimo amigo del general Cassola, he tenido diferentes lances de honor y he escrito varias obras. Hoy vengo llamado por Sagasta para reemplazar al conde de Xiquena en el ministerio de Fomento.

    Allí recitó dos odas dedicadas al Sr. Martínez Campos y Cánovas del Castillo, á quienes él había matado «moralmente».

    Bajó al salón de conferencias, con el propósito de penetrar en el de sesiones; pero á tiempo pudo ser detenido, gracias á la intervención de un periodista, que avisó a uno de los hujieres, quienes antes lo habían tomado por un personaje importante, saludándolo como á tal.

    Cuando le impidieron entrar en el salón de sesiones, manifestó que no era senador, pero sí grande de España de primera clase, condecorado por todos los Reyes del mundo, y que iba á tomar posesión, por encargo del Sr. Sagasta, de un ministerio.

    Además dijo ser doctor en los tres derechos y hombre de mucha ciencia.

    El ministro de Fomento del general Cassola fué acompañado cortésmente hasta la puerta de la calle por un empleado del Senado.

    Dirigióse entonces hacia Palacio para que la Reina, según él decía, le diese posesión del ministerio.

    Este desgraciado parece que es muy conocido de la colonia gallega.[2]

 

    El periódico La Unión Católica hizo esta otra reseña de lo sucedido:

 

    Poco después de las tres se ha dado un espectáculo original en la tribuna de la prensa del Senado.

    A dicha hora se ha presentado en aquella tribuna un sujeto á quien saludaban con respeto los hujieres de la Alta Cámara, juzgándole personaje, puesto que iba vestido de etiqueta, con guantes blancos y bastón, llevando encima del frac y á guisa de abrigo una buena levita. Desde luego ha llamado la atención de nuestros compañeros el citado personaje, y mucho más cuando, encarándose con ellos, les ha pedido que como representantes de la opinión pública le dieran posesión del ministerio de Fomento, pues había sido nombrado para esta cartera, dando lectura inmediatamente á versos suyos dedicados á los ministros y manifestando que era caballero de varias órdenes nacionales y extranjeras.

    Es opinión general que se trata de una broma pesada y de mal género y que el sujeto en cuestión, más sano del cuerpo que del juicio, ha sido instrumento de gentes á que no queremos aludir. Hemos oído que se llama Juan Roque Rodríguez y que es gallego. Tiene la manía de hacer versos y le han metido en la cabeza que es grande de España y que la Reina por premiar sus aficiones poéticas, le ha nombrado ministro.[3]

 

    El periódico El Liberal titulaba la noticia de la siguiente manera: Ministro, poeta y… loco. A lo escrito por La Monarquía y La Unión Católica, añade algunos detalles más de la conversación y lectura de los versos que este curioso personaje hizo tras su presentación y enumeración de las diversas cruces que afirmaba tener:

 

    Y sin dejar que nadie le interrumpiese y sin hacer caso de que las carcajadas iban en aumento, añadió:

    — Antes de que echen mi programa abajo en el salón de sesiones, les voy á dar á ustedes á conocer algunas poesías de que soy autor.

    Y recitó varias.

    Antes de despedirse, dijo:

     — Esta mañana he matado á Cánovas.

     — ¿Cómo?

     — Políticamente hablando. Véanlo ustedes…

    Y recitó para final una oda titulada «La muerte de Cánovas».

    Bajó luego al salón de conferencias, y si se le hubiese consentido hubiera entrado en el salón de sesiones, pues dijo que quería hacer su programa político desde el banco azul.

    Un hujier puso cortésmente en la calle al nuevo ministro de Fomento.

    Es de creer que éste, para desquitarse de no haber pronunciado un discurso en la Alta Cámara, se iría anoche al Manicomio Esquerdo á dar una conferencia sobre la paz y concordia entre los conspicuos del fusionismo.[4]

 

El banco azul del Senado desde donde quería hablar el «nuevo» ministro.
Nuevo Mundo, nº225, 27 de abril de 1898.

    De esta manera tan irónica cerraba la noticia El Liberal, pero no sería el único en recurrir al humor. La Época comenzaría así su reseña de lo sucedido: «Sin que nadie haya tenido conocimiento de ello, ni aun los más íntimos amigos del Gobierno, éste ha estado en crisis parcial»[5]. Aunque para sorna, la del diario liberal El Imparcial, que las pocas líneas que dedica al asunto las carga de ironía:

 

    Un caballero, cubierto de cruces y vestido de luto riguroso, se presentó ayer á primera hora en el Senado, y levantando el tapiz que da entrada al salón, pretendió ir solemnemente al banco azul y tomar asiento.

    Este hecho que tanto ha llamado la atención nos lo explicamos perfectamente.

    Porque seguramente se trata de uno de los quince millones de españoles como sueñan en ser ministros (sic).

    Saldría de su casa bajo la influencia de ese sueño y se iría al Senado.

    Será sonámbulo.[6]

 

    Sea como fuere, está claro que aquel hombre, Antonio Roque Rodríguez, no estaba mentalmente sano. Y también nos refleja este episodio la relativa facilidad con la que se podía llegar a entrar en el Senado, bastando con decir ser alguien que no se era. Al suceso no se le dio más importancia y fue tomado con buen humor y hasta con gracia. Con esta anécdota concluía La Ilustración Española y Americana aquel curioso episodio:

 

    No respondemos de la anécdota; pero nos dicen que el señor Sagasta se sonrió cuando le contaron el suceso, y dijo:

       ¿Se ha retirado ese individuo creyendo ser ministro?

      — Sí, señor.

       Pues no quitarle la ilusión: un aspirante menos.[7]

 


[1] El loco de la guardilla: paso que pasó en el siglo XVII es una zarzuela en un acto escrita por Narciso Serra y con música de Manuel Fernández Caballero. Fue estrenada el 9 de octubre de 1861 en el teatro de la Zarzuela y cosechó un éxito notable. La obra se centra en los momentos en que Miguel de Cervantes escribe su novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en 1605.

[2] La Monarquía, nº480, 14 de febrero de 1889, p. 3.

[3] La Unión Católica, nº511, 13 de febrero de 1889, p. 3.

[4] El Liberal, nº3541, 14 de febrero de 1889, p. 2.

[5] La Época, nº13117, 13 de febrero de 1889, p. 3.

[6] El Imparcial, nº 7808, 14 de febrero de 1889, p. 1.

[7] La Ilustración Española y Americana, nº6, 15 de febrero de 1889, p. 2.

08 marzo 2021

El asesinato de Eduardo Dato


Eduardo Dato e Iradier.

    El 8 de marzo de 1921 España volvía a sufrir un magnicidio, el tercero en 24 años. En esta ocasión, el asesinado fue el presidente del Consejo de Ministros, don Eduardo Dato e Iradier. Jefe del partido conservador, había asumido la presidencia del Consejo en mayo de 1920, la tercera vez que lo hacía. Además, también desempeñaría las funciones de ministro de Marina. La situación política en España era complicada, especialmente en Cataluña donde el sindicalismo anarquista había convertido el pistolerismo en algo muy habitual. Ante tal situación Dato nombró gobernador civil de Barcelona al general Severiano Martínez Anido, el cual llevó a cabo políticas más represivas con el fin de acabar con el anarquismo en la ciudad. El propio Dato sería amenazado en repetidas ocasiones, aunque nunca llevó demasiada seguridad, ya que él mismo la rechazaba. Algo que muchos no se explicaban.

    El martes 8 de marzo de 1921, Eduardo Dato pasó la tarde en el Senado, buena parte de ella en el despacho de Sres. Ministros (hoy despacho del secretario 1º). La sesión comenzó a las tres y cuarenta minutos de la tarde y entre otros asuntos se siguió debatiendo sobre el dictamen de la Comisión de contestación al Discurso de la Corona. A las ocho se levantó la sesión y poco después de pasada esa hora Eduardo Dato se dispuso para volver a su domicilio. Salió del Palacio del Senado junto con los ministros de Gracia y Justicia y de Guerra, los Sres. don Mariano Ordóñez y García y don Luis Marichalar y Monreal, vizconde de Eza, respectivamente. Hablaron un rato en la Plaza de los Ministerios y se despidieron. Antes de irse, Dato conversó también con el marqués de Santa Cruz, ex subsecretario de la Presidencia, al que invitó a acompañarlo en coche hasta su casa, pero el marqués se excusó al tener allí mismo su propio automóvil.

    De esta manera, Eduardo Dato montó en su coche, un «Marmon 34» sin ningún tipo de blindaje. Junto a él no iba tampoco escolta alguna, solamente su lacayo, don Juan José Fernández Pascual, y su conductor, don Manuel Ros. El coche puso rumbo al domicilio de Dato, en la calle de Lagasca, 4. Marcharon en dirección a la Puerta del Sol y de ahí a la calle de Alcalá. El coche subió la calle por el lado izquierdo[1] y llegó a la Plaza de la Independencia. Girando en la plaza en el borde de la Puerta de Alcalá para entrar en la calle de Serrano[2] e ir hasta Lagasca, se acercó hasta el coche una moto «Indian» gris oscuro con sidecar. Debido a la aglomeración del tráfico el coche de Dato no iba a mucha velocidad, lo que permitió a la moto colocarse a la par del coche. En ella iban tres pistoleros anarquistas que habían sido contratados por la CNT para asesinar al presidente del Consejo de Ministros. La moto la conducía Ramón Casanellas, detrás iba sentado Luis Nicolau y en el sidecar se encontraba Pedro Mateu. Estos dos últimos, empezaron a disparar repetidamente sus pistolas Máuser contra el coche de Dato y aunque no tenían una puntería muy certera, era tal la proximidad entre ellos y el coche (casi tocaban con las pistolas el mismo), que el éxito estaba asegurado. Eduardo Dato se encontraba sentado a la derecha de la parte trasera del coche por lo que los primeros disparos fueron hechos casi a quemarropa. Uno de los disparos hirió también al lacayo, José Fernández, en la cabeza y tras los gritos de éste Manuel Ros aumentó la velocidad del automóvil para escapar de los terroristas que siguieron disparando durante unos metros más, hasta que huyeron sin problemas por la calle de Serrano.


Coche de Eduardo Dato tras el atentado.
Mundo Gráfico, nº489, 16 de marzo de 1921.

    

    El conductor fue directo a la calle Lagasca y posteriormente a la Casa de Socorro de Buenavista, en la calle de Olózaga, 1. Al llegar, entró apresurado informando de lo sucedido. Los médicos salieron a la carrera y el presidente del Consejo fue atendido por los médicos don Luis Felipe Vilas y don Adrián García López. Todo fue inútil, Eduardo Dato había fallecido.

    No se llevó a cabo ninguna autopsia del cadáver, es más ni siquiera se llegó a desnudar el cuerpo, se realizó un reconocimiento somero en el que se detectaron tres heridas, cuyo resultado fue el siguiente: una en la parte inferior derecha de la región occipital con salida por la región fronto parietal izquierda, otra en la región malar con salida por la maxilar posterior y la última, sin salida de bala, en el lado izquierdo de la espalda a la altura de la séptima costilla. Por tanto, fueron tres los disparos que recibió Dato: en la cabeza, en la cara y en la espalda, el peor de todos y sin lugar a dudas mortal, el de la cabeza.


Cadáver de Eduardo Dato envuelto en un sudario en la Casa de Socorro.
Mundo Gráfico, nº489, 16 de marzo de 1921.

José Fernández Pascual convaleciente de su herida en la cabeza, junto a su madre y esposa.
Mundo Gráfico, nº489, 16 de marzo de 1921.

    A la Casa de Socorro fueron llegando inmediatamente autoridades políticas como Fernando de Torres Almunia, Antonio Maura, Juan de la Cierva o el presidente del Senado don Joaquín Sánchez de Toca entre muchos otros, así como el cardenal Almaraz. Los momentos más tristes se vivieron cuando acudieron la esposa e hijas de Eduardo Dato. Tras enterarse de lo sucedido fueron corriendo desde el domicilio hasta la Casa de Socorro y allí pidieron ver su cadáver.

    Aunque la idea era instalar la capilla ardiente en el Congreso de los Diputados, la esposa e hijas de Dato lo rechazaron, querían velar el cadáver en su casa. De manera que a las nueve y veinticinco minutos de la noche el cuerpo sin vida del presidente del Consejo fue trasladado hasta el domicilio familiar y allí se instaló sobre un colchón en el salón rotonda, donde Eduardo Dato solía recibir a las visitas. Las heridas fueron lavadas y vendadas por el doctor Huertas y así permaneció el cadáver en la sala, aún con las ropas que llevaba durante el atentado. La esposa y las hijas no se separaron en ningún momento de su esposo y padre. A las doce de la noche llegaron los ministros del Gobierno y tras rezar de rodillas ante el cadáver de su jefe, se reunieron en una sala a parte hasta la una. Veinte minutos después se despidieron de la familia y se marcharon.

    Durante toda la mañana siguiente se dijeron varias misas en sufragio por el alma de Eduardo Dato en los dos altares de la capilla ardiente. A las diez y media, llegaron a la casa don Alfonso XIII y su esposa doña Victoria Eugenia que tras dar el pésame oyeron la misa. La esposa de Dato se mantuvo en todo momento inmóvil, sin apartar la vista de su marido. También acudió la infanta doña Isabel de Borbón a las doce y oyó misa, tras lo cual mostró sus condolencias a la familia de Dato. Y así, innumerables autoridades fueron llegando a la casa: embajadores, el Nuncio de Su Santidad, el arzobispo de Valladolid, etc.


Salida de Alfonso XIII y Victoria Eugenia del domicilio de Eduardo Dato.
ABC, nº5670, 10 de marzo de 1921.

    El día 10 de marzo sería enterrado Eduardo Dato en el cementerio de San Isidro, aunque al año siguiente el 10 de junio de 1922 sus restos fueron trasladados al Panteón de Hombres Ilustres, donde hoy reposan. Se le tributaron los honores fúnebres que la ordenanza señalaba para el capitán general del Ejército que moría en plaza con mando en jefe, y en Madrid se celebraron solemnes exequias.


Salida del féretro de la casa mortuoria.
ABC, nº5671, 11 de marzo de 1921, p. 1.


Alfonso XIII presidiendo el duelo.
Mundo Gráfico, nº489, 16 de marzo de 1921.


Paso de los restos por la Plaza de Colón.
ABC, nº5671, 11 de marzo de 1921, p. 3.


La comitiva fúnebre a su paso por el Paseo de Recoletos.
Mundo Gráfico, nº489, 16 de marzo de 1921.


1. Comitiva fúnebre en el Paseo de Recoletos.
2. Alfonso XIII al despedirse del duelo en la Plaza de Cánovas.
ABC, nº5671, 11 de marzo de 1921, p. 5.


Las tropas desfilando ante el féretro en la Plaza de Cánovas.
Mundo Gráfico, nº489, 16 de marzo de 1921.


Alfonso XIII junto al Gobierno en la Plaza de Cánovas, despidiendo el duelo.
Mundo Gráfico, nº489, 16 de marzo de 1921.

    Respecto a los terroristas que asesinaron al presidente del Consejo, los tres huyeron tras el atentado. Éste lo habían preparado minuciosamente durante dos meses, desde el mes de enero. Llegaron a Madrid el 11 de dicho mes y estudiaron con exactitud el recorrido que hacía Eduardo Dato desde que salía del Senado hasta su domicilio. Esta impunidad, sumada a la escasa seguridad que acompañaba al presidente causó un gran enfado:

    «He aquí las medidas que la Dirección general de Seguridad había adoptado para salvaguardia de la vida del primer ministro español: un agente veía salir al Sr. Dato de la Alta Cámara; otro le miraba pasar desde la Puerta del Sol; un tercero, paseándose junto a la Cibeles, comprobaba el tránsito del automóvil, y un último agente saludaba con todo respeto al infortunado D. Eduardo en la puerta de su casa en la calle de Lagasca. Ni un ciclista que siguiese el coche. No hablemos ya de autos, ni de motocicletas. Sin embargo, en la Dirección general de Seguridad los hay.

    […] Una sola moto de la Policía que hubiese seguido el coche presidencial, hubiera hecho imposible el atentado. Y si no lo hubiese hecho imposible, por lo menos los criminales estarían detenidos ya»[3].


Motocicleta usada por los terroristas en el atentado. Su hallazgo por la Guardia Civil
permitió identificar a los asesinos.

Pedro Mateu tras ser detenido.
Mundo Gráfico, nº489, 16 de marzo de 1921.

    Tras escapar, solamente Mateu fue detenido el 13 de marzo, ya que volvió a donde se habían hospedado los tres antes del atentado. En cambio, tanto Nicolau como Casanellas lograron salir de España, el primero a Alemania y el segundo a Rusia. En febrero de 1922, se consiguió la extradición por parte de Alemania de Nicolau, que junto con Mateu fue juzgado y condenado a la pena de muerte y caso de indulto de la misma, a la accesoria de inhabilitación absoluta perpetua. El 23 de enero de 1924, festividad de San Ildefonso, se les permutó a ambos la condena a pena de muerte por la perpetua, por parte del presidente del Directorio Militar, el general Miguel Primo de Rivera, con motivo de las fiestas por la onomástica de Alfonso XIII. No obstante, en 1931 con la llegada de la II República se les concedió la amnistía, por lo que quedaron en libertad el 15 de abril de dicho año, llegándose incluso a sacar en hombros a Mateu de la Prisión Central de San Miguel de los Reyes de Valencia.

 


[1] En aquel entonces, se circulaba en Madrid por el lado de la izquierda. El cambio en el sentido de circulación por la derecha se produjo en Madrid el 1 de octubre de 1924.

[2] La calle de Serrano en aquella época era de doble sentido.

[3] ABC, nº5670, 10 de marzo de 1921, p. 7.

Prensa:

ABC de los días 9, 10 y 11 de marzo de 1921.

La Época, nº 25332, 9 de marzo de 1921.