La coronación de Quintana de Luis López Piquer. Senado. |
Llegado el domingo 25 de marzo de 1855, día de la
solemne ceremonia, se abrieron las puertas del Senado a las doce del mediodía
para que todas aquellas personas invitadas pudieran ir entrando. El Salón de
Sesiones no ofrecía una capacidad tan numerosa como a la Comisión le hubiese
gustado, de ahí que todas las personas que concurrieron al acto debían llevar
su correspondiente billete de invitación.
Entre los asistentes a la
ceremonia figuraban, tal y como refleja el programa del acto, «SS.MM. y AA., el
Consejo de Ministros, las Autoridades de Madrid, el Cuerpo diplomático
extranjero y todos los suscriptores para la corona de oro, á quienes se haya
podido expedir billete. Están igualmente invitados á concurrir en
representación, por medio de Comisiones ó Comisionados, el Congreso y los
Tribunales, la Milicia Nacional y el Ejército, la Diputación Provincial y la
permanente de la Grandeza, las Universidades del Reino, Academias, Museos, y
otros establecimientos científicos, literarios ó artísticos de la Capital, las
Órdenes, las Redacciones de los periódicos, los Teatros, etc.».
A pesar de lo desapacible
que fue el día, con fuerte viento y una lluvia fina, las calles de Madrid
fueron engalanadas con colgaduras en balcones y terrazas. A la una de la tarde
acudieron para recoger a Quintana en su domicilio, en la calle del Marqués
Viudo de Pontejos 1, don Facundo Infante, presidente del Congreso, don Valentín
Ferraz, alcalde constitucional de Madrid, y don Francisco de Paula Martínez de
la Rosa, director de la Real Academia Española. Partieron de casa de Quintana
en un coche cedido por doña Isabel y precedidos por los carruajes donde iban
los miembros de la Comisión. Hicieron su recorrido por las calles de
Esparteros, Mayor, plazuela de Herradores, calle de las Fuentes, plaza de
Isabel II, calle de la Biblioteca (actual calle de Arrieta), calles de San Quintín
y de Bailén, hasta llegar finalmente a la plaza de los Ministerios (actual
plaza de la Marina Española) donde se encuentra el Palacio del Senado.
Mientras el poeta era
conducido hasta la Alta Cámara, a la una y media de la tarde hicieron acto de presencia
en una de las tribunas del Salón de Sesiones el Infante don Francisco de Paula
de Borbón y su hija doña Josefa Fernanda de Borbón, seguida por su esposo el
diputado don José Güell y Renté[1]. Poco después, entró en el
Salón el Consejo de Ministros al completo, vestidos todos sus miembros de gran
uniforme con la excepción del ministro de Hacienda, don Pascual Madoz, que iba
de frac.
En el piso bajo de la tribuna de honor puede verse sentados al Infante Francisco de Paula y a su hija Josefa Fernanda. Junto a ella de pie, su esposo don José Güell. |
A las dos de la tarde,
salieron del Palacio Real por la plaza de Armas doña Isabel y su esposo don
Francisco de Asís de Borbón, que tras pasar por la plaza de Oriente y calle de
Bailén, llegaron al Palacio del Senado a las dos y cuarto con los acordes de la
Marcha Real. Ella llevaba un traje de seda bordado de verde y adornado con
encajes y un aderezo de brillantes y perlas, mientras que él vestía con el
uniforme de capitán general. Fueron recibidos con honores a su llegada al
Palacio del Senado y acompañados por los duques de Puñonrostro, por don Luis
Ángel Carondelet y Castaños, II duque de Bailén; por don Vicente Pío Osorio de Moscoso, XIII conde de Altamira; por el
capitán general de Madrid, los gobernadores civil y militar y miembros del
Estado Mayor.
Acto
seguido, entró en el Salón de Sesiones el poeta Quintana del brazo de Martínez
de la Rosa y seguido de Ferraz e Infante. Tras besar las manos de doña Isabel y
tomar asiento, comenzó la ceremonia. Obtenida la venia de doña Isabel, Pedro
Calvo Asensio subió a la tribuna y leyó un laudatorio discurso donde ensalzaba
la obra y figura del poeta Quintana:
«[…] Mas para pronunciarle,
inclinad la frente con respeto, porque ese nombre es el del gran poeta, el
profundo literato, el eminente patricio D. MANUEL JOSÉ QUINTANA, patriarca de
la libertad y príncipe de los escritores contemporáneos.
[…] Se trata de un español ilustre;
su nombre no es patrimonio de ningún partido, por más que en política haya abrazado
determinadas doctrinas; es una gloria nacional, pertenece á la patria, pertenece
á la ciencia, pertenece á la humanidad entera.
Y esa gloria, señores, ahí la tenéis
personificada en el modesto anciano que nos contempla. ¡QUINTANA! ¡El gran
QUINTANA! Al pronunciar su nombre, un santo recogimiento penetra en mi ser, y
mi alma se llena de una emoción desconocida.
[…] La patria prepara ya el triunfo
del poeta, y para mayor esplendor, para que ese triunfo sea más grande y más
honroso, el JEFE DE LA NACIÓN, con una espontaneidad y una ternura superiores á
todo elogio, á vista de su corte, ante la representación de todo lo notable que
encierra este país, se apresura á colocar por su mano en las sienes del
afortunado VATE la corona de laurel, que le dedica la patria agradecida.
¡Feliz tú, QUINTANA, que recibes el
lauro nacional de manos de una dama y de una REINA!»
Finalizado el discurso,
don Juan Eugenio Hartzenbusch fue el encargado de coger la corona que se
encontraba en la bandeja de plata sobre una mesa, cerca del solio regio, y
entregársela a don Baldomero Espartero, presidente del Consejo de Ministros,
que inmediatamente se la ofreció a doña Isabel. Quintana, apoyado en Martínez
de la Rosa y el general Infante, subió hasta el trono y estando arrodillado
doña Isabel ciñó sus sienes con la corona de oro diciendo: «Yo me asocio á este
homenaje en nombre de la patria como Reina, y en nombre de las letras como
discípula».
En primer plano ayudando a Quintana se ve a Martínez de la Rosa. Detrás de ambos están Valentín Ferraz (con bastón) y Facundo Infante. |
Quintana, visiblemente
emocionado y con una voz muy tenue, leyó un breve discurso de agradecimiento,
haciendo muestra de una gran modestia:
«Señora: Me levanto
de los piés de V.M. condecorado por su mano con una insignia poética tan
honrosa para mí como inesperada. Nada diré de mi agradecimiento, porque es
inmenso y de todo punto inexplicable. Pero sí manifestaré la sorpresa ó más
bien el rubor que siento en mí al considerar el lugar en que estoy y el
magnífico concurso y aparato que me rodea.
Sé muy bien, Señora,
que yo no merezco tanto. Sé bien, cuán lejos estoy de aquellos grandes poetas
que dieron tanto esplendor á nuestra literatura en los tres siglos anteriores.
Reconozco sinceramente el superior talento de los que en nuestros días cultivan
con tanto aplauso el campo de las musas castellanas.»
Cuando terminó de leer, se gritaron sendos vivas a doña Isabel y a Quintana por parte de toda la concurrencia, y se interpretó el himno de triunfo compuesto para la ocasión con música de Emilio Arrieta y letra de Adelardo López de Ayala. Esta cantata fue interpretada desde la tribuna de público por la orquesta del Teatro Circo, con los tenores Manuel Sanz Terroba y Carlos Marrón, la tiple Teresa Rivas y otra tiple desconocida.
Para concluir la
ceremonia, subió a la tribuna la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, que
recitó una oda, escrita intercalando algunos versos propios del poeta Quintana
sacados de sus obras. Tras finalizar, doña Isabel y su esposo fueron
acompañados de Quintana, del Consejo de Ministros, del Cuerpo diplomático, de
las autoridades y la Comisión a la sala del Palacio donde la Comisión de
senadores Conservadores del Senado ofreció un buffet a los invitados. Éste fue servido por el repostero Mr. Cotte y costó 14468 reales.
A las cuatro de la tarde y tras la marcha al Palacio Real de doña Isabel y su esposo, Quintana fue conducido de nuevo en el regio carruaje hasta su domicilio por el mismo camino y con los mismos acompañantes que a la ida, pero esta vez precedidos por una carretela abierta donde irían depositadas y de manera visible la bandeja de plata y la corona de oro. Así concluyó aquella ceremonia preparada con ilusión por los miembros de la comisión durante varios meses y que tan celebrada y comentada fue posteriormente por escritores y periodistas.[2]
[1]
El matrimonio morganático
entre don José Güell y doña Josefa Fernanda hizo que ésta perdiese todos sus
derechos y título de infanta en 1848, teniéndose que ir a vivir desterrados a
Francia, donde residieron cuatro años.
[2] Algunos ejemplos son:
BARRANTES Vicente, Coronación
del eminente poeta D. Manuel José Quintana, Madrid, 1855.
CAÑETE Manuel, Estudio
de don Manuel José Quintana, Madrid, 1872.
Cartas de Pedro Fernández en La Época, nº 1850, 26 de marzo de 1855, pp. 3-4.
El poeta Quintana,
coronado por
Victorino Tamayo, La Esfera, nº 786, 26 de enero de 1929, p.47.
La coronación de
Quintana por
Antonio Sánchez Moguel, La Ilustración española y americana, nº 13, 8 de abril
de 1893, p. 230.
Coronación de
Quintana por Tomás
Luceño, Blanco y Negro, 16 de diciembre de 1928, pp. 66-68.
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