23 noviembre 2020

La coronación del poeta D. Manuel José Quintana (III)


La coronación de Quintana de Luis López Piquer. Senado

  Visto en anteriores artículos cómo se llevó a cabo la organización y desarrollo de la solemne ceremonia de coronación del poeta don Manuel José Quintana, queda sólo por ver la manera en que se inmortalizó pictóricamente aquel episodio.

   El 12 de febrero de 1855 los señores diputados don Cipriano Segundo Montesino, director de obras públicas; don Ángel Fernández de los Ríos, director de Las Novedades; don Antonio Cánovas del Castillo, historiador; don Manuel Rancés y Villanueva, director de El Diario Español; don Eduardo Chao Fernández, publicista; y don Daniel Carballo Cousido y don Francisco de Paula Montemar, antiguos director y redactor de La Nación, presentaron en las Cortes Constituyentes una proposición de ley en la que se pedía autorizar al Ministro de Fomento para abrir un concurso entre los pintores españoles con el fin de realizar un cuadro en el que se representase el acto solemne de la coronación de Quintana. Los siete diputados querían así que la Asamblea y el Gobierno se asociasen a la solemne ceremonia.

    En la sesión del 20 de marzo se dio lectura a dicha proposición e intervino el diputado Sr. Montesino para su defensa:

    El acto de la coronación de ese gran poeta y publicista por manos de una Reina, es raro en los anales de las Naciones, y quizá el único en nuestra historia, y es, por consiguiente, digno de la época de ilustración á que hemos llegado, y de que se asocien á ella las Córtes y el Gobierno de S.M., en representación del pueblo español. Tal es el principal objeto que nos ha movido á formular nuestra proposición. Ninguna ocasión más oportuna, cuando vamos á premiar la virtud, el patriotismo y el saber de uno de los predilectos de las musas, del Píndaro de nuestra poesía, del Plutarco español, D. Manuel José Quintana. […]Digno es, pues, de los honores que se le tributen, y de que se asocie también la Cámara á estos mismos honores, puesto que valiéndome de las expresiones que él mismo dirigió á su amigo el ilustre Cienfuegos, jamás hizo de la literatura un instrumento para la tiranía y servidumbre de los demás, ni se manchó con la adulación baja, dirigiendo sus producciones á que los hombres se amasen y apreciasen unos á otros, en vez de destrozarse. Digno modelo que deben tener presente todos los que se dedican á escribir para los demás y que tengan la íntima conciencia de su profesión. […]Y por lo tanto, me siento, rogando á la Asamblea se digne tomar en consideración el proyecto de ley que hemos tenido la honra de someter á su deliberación.[1]

   La proposición fue tomada en consideración por unanimidad y se pasó a las secciones para el nombramiento de Comisión. Ésta fue constituida por las secciones en su reunión del 27 de marzo y fueron nombrados como miembros de dicha Comisión los Sres. Diputados don Cipriano Segundo Montesino, don Práxedes Mateo Sagasta y Escolar, don Francisco García López, don Camilo Labrador Vicuña, don Francisco Leonés, don Juan Bautista Alonso y don Ángel Fernández de los Ríos[2]. Días más tarde, en la sesión del 2 de abril las Cortes quedaron enteradas de que la Comisión había elegido como presidente al diputado Alonso y como secretario a Fernández de los Ríos.

    Durante el mes de abril la Comisión realizó sus trabajos y para cumplir con su encargo se sirvió del consejo de pintores españoles que comparecieron ante ella a fin de ilustrar la mejor manera de llevar a cabo la ejecución y el fin de la obra. De esta manera, fijaron el tamaño que debería tener el cuadro, el plazo de tiempo para pintarlo, la cantidad que habría de retribuirse al artista encargado de elaborar la obra e igualmente consideraron que la forma más idónea para elegir al pintor sería mediante concurso, aunque este punto lo dejaban a la elección del Gobierno por diversos motivos. El dictamen de la Comisión[3] quedó aprobado el 9 de mayo y al día siguiente se leyó en la sesión de las Cortes Constituyentes y se anunció que se imprimiría, repartiría y señalaría día para su discusión.

    En su sesión del 6 de junio, las Cortes Constituyentes aprobaron el dictamen sin discusión y en sesión de 9 de junio, tras ser devuelto por la Comisión de Corrección de estilo y declarándose estar conforme con lo acordado, habiendo un número suficiente de Sres. diputados se aprobó definitivamente el proyecto de ley. La ley[4] fue sancionada el 17 de junio de 1855 en el Palacio Real de Aranjuez y constaba de dos únicos artículos:

    Artículo 1º: Se autoriza al Ministro de Fomento, para abrir un crédito de 120.000 rs. para que en el término de dos años, y por el medio que crea más acertado, disponga que se consigne por un pintor español en un cuadro de 15 piés de ancho por 20 de alto el acto solemne de la coronación del ilustre poeta D. Manuel José Quintana, celebrada en Madrid el día 25 de Marzo de 1855.

    Artículo 2º: En el caso de que el Gobierno abra concurso para el cuadro entre los artistas españoles, el crédito se extenderá á 160.000 rs.; de éstos, 120.000 con destino al que obtenga el premio y 40.000 para el que consiga el accésit.

    Al mes siguiente, el 25 de julio, don Manuel Alonso Martínez, Ministro de Fomento, comunica al presidente de la Real Academia de San Fernando, don Ángel Saavedra Baquedano, duque de Rivas, la aprobación de la ley y solicita que la Academia se pronuncie sobre la forma más conveniente de llevar a cabo el concurso estipulado por la Ley. Miembros de la Sección de Pintura entre los que se encontraban Carlos Luis de Ribera, los hermanos Luis y Fernando Ferrant, Antonio María Esquivel o Vicente Jimeno elaboraron un programa a tal fin, que sería aprobado por doña Isabel un mes más tarde, el 24 de agosto. En dicho programa se fijaban las medidas del cuadro, la cantidad del premio y el accésit, y se establecía la necesidad de ceñirse a «la verdad del hecho en cuanto al sitio, trages, y demás accesorios». Para optar al premio se indicaba la obligación de presentar en la Secretaría de la Real Academia de San Fernando los bocetos en un plazo de seis meses junto con la partida de bautismo del pintor o el documento que acredite que se es español y otro en el que conste que la obra se ha hecho en España, así como el lema de la obra que se estampará detrás del boceto.

    Para juzgar los bocetos se fijaba la composición de un Tribunal formado por el presidente de la Real Academia de San Fernando, miembros de la Sección de Pintura de dicha Academia y personas que el Gobierno designase[5]. Así, junto al duque de Rivas, que presidía el Tribunal, se encontraban los pintores Luis Ferrant, Carlos Luis de Ribera, Antonio María Esquivel y José de Madrazo; los escritores Juan Eugenio Hartzenbusch y Pedro Calvo Asensio; y los políticos Cipriano Segundo Montesino, Martín de los Heros y Alejandro Oliván.

    Finalizados los seis meses de plazo para la entrega de bocetos en febrero de 1856, el Tribunal dictaminará el 25 de agosto que el ganador del concurso es don Luis López y Piquer con su boceto con lema: «Los Reyes honrando el mérito se honran a sí mismos». El cuadro, que terminará en 1859, tras estar depositado en el Ministerio de Fomento varios años, fue depositado a finales del siglo XIX en la Alta Cámara donde ha estado hasta el día de hoy. Tras ubicarse en despachos y en la sala de la Sección 1ª, puede verse hoy día colgado en la galería de Presidencia baja.

    La obra recoge el momento exacto en que doña Isabel ciñe la corona de oro en la cabeza de Quintana. Los dos grandes méritos de esta obra de Luis López son la gran cantidad de retratos de personas destacadas de la segunda mitad del siglo XIX (115 en total) y la fidelidad con la que dejó representado en el lienzo el Salón de Sesiones del Senado. Como alabanza al pintor y su cuadro tenemos la oda que el 29 de mayo de 1859 compuso el poeta don Miguel Agustín Príncipe titulada A D. Luis López en elogio de su bello y magnífico cuadro de la coronación de Quintana, donde ensalza las habilidades del pintor y recorre con su descripción el cuadro. Con admiración refleja en la oda lo que Luis López en su obra, hasta el mismo momento de la coronación:

Llena de encantos cual la Venus griega,

y augusto y bello su gentil semblante,

se inclina blandamente hacia adelante

como la mies que el céfiro doblega:

ambos a dos despliega

y ambos desnudos, cual le plugo hacellos

de la gracia al autor, los brazos mueve;

brazos no sé si de azucena o nieve,

mas sí que nunca los miré tan bellos.

Baja ya, pues, tus manos peregrinas

con el laurel que en ellas se atesora:

ciñe esa sien con él…que harto, Señora,

¡la adversidad la coronó de espinas!

Discordias intestinas

cárcel dieron un día al que extasiado

la Independencia y Libertad cantaba:

tú le coronas hoy. Nación esclava,

¿Quién al rango de libre te ha elevado?

Ora comprendo la actitud del Vate,

y la expresión que su semblante anima:

conmovido a su Reina se aproxima,

y le inclina la sien; mas no la abate.

De la edad al embate

¿podrá tal vez doblarse con exceso?

¡No! Que una mano a tal azar previene,

y en la mano apoyándose, sostiene

de su agobiada ancianidad el peso.

Martínez de la Rosa mientras tanto,

del Parnaso español Cisne canoro,

prestando a su actitud nuevo decoro,

también le apoya y le sostiene un tanto.

Del Vate sacrosanto

otra mano está libre. ¡Oh, cuánto en ella

de gratitud, de afecto y de ternura

aglomeró el Artista! ¡Oh, cuál fulgura

en vida y expresión, radiante y bella!

- «¡Reina de mi cariño! (así parece

el Poeta decir): ¡Alumna mía!

En mi lauro comienza un nuevo día,

y otro sol a mi Patria le amanece.

¡Gracias! El lauro crece

donde excelsos magnánimos Monarcas

no le retiran con desdén su mano:

Tenga Reyes cual tú, y el suelo hispano

Dantes y Tassos brotará y Petrarcas.»-

Mucho gozar debiste, el de Altamira,

y vosotros, Bailén, Ferraz e Infante,

al ver tan cerca en tan sublime instante

lo que en vano cantar quiere mi lira.

Retira ya, retira,

Musa mía, el laúd: Ayala, Arrieta

y Gertrudis después, el himno santo

de triunfo van a alzar…¡Ay! ¡Y entretanto

bajó a la tumba el inmortal Poeta![6]



[1] Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, nº 110, 20 de marzo de 1855, p. 3061.

[2] Ibídem, nº 121, 2 de abril de 1855, p. 3487.

[3] Puede leerse el dictamen en el Apéndice décimo al nº 150 del Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, p. 4659.

[4] Puede leerse el texto de la ley en el Apéndice sexto al nº 181 del Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, p. 5751.

[5] Puede consultarse el programa completo en La Gaceta de Madrid, nº 966, 25 de agosto de 1855, p. 2.

[6] AGUSTÍN PRÍNCIPE Miguel, A D. Luis López en elogio de su bello y magnífico cuadro de la coronación de Quintana, Imprenta de Manuel Galiano, Madrid, 1859.

16 noviembre 2020

La coronación del poeta D. Manuel José Quintana (II)


La coronación de Quintana de Luis López Piquer. Senado.

    Llegado el domingo 25 de marzo de 1855, día de la solemne ceremonia, se abrieron las puertas del Senado a las doce del mediodía para que todas aquellas personas invitadas pudieran ir entrando. El Salón de Sesiones no ofrecía una capacidad tan numerosa como a la Comisión le hubiese gustado, de ahí que todas las personas que concurrieron al acto debían llevar su correspondiente billete de invitación.

    Entre los asistentes a la ceremonia figuraban, tal y como refleja el programa del acto, «SS.MM. y AA., el Consejo de Ministros, las Autoridades de Madrid, el Cuerpo diplomático extranjero y todos los suscriptores para la corona de oro, á quienes se haya podido expedir billete. Están igualmente invitados á concurrir en representación, por medio de Comisiones ó Comisionados, el Congreso y los Tribunales, la Milicia Nacional y el Ejército, la Diputación Provincial y la permanente de la Grandeza, las Universidades del Reino, Academias, Museos, y otros establecimientos científicos, literarios ó artísticos de la Capital, las Órdenes, las Redacciones de los periódicos, los Teatros, etc.».

    A pesar de lo desapacible que fue el día, con fuerte viento y una lluvia fina, las calles de Madrid fueron engalanadas con colgaduras en balcones y terrazas. A la una de la tarde acudieron para recoger a Quintana en su domicilio, en la calle del Marqués Viudo de Pontejos 1, don Facundo Infante, presidente del Congreso, don Valentín Ferraz, alcalde constitucional de Madrid, y don Francisco de Paula Martínez de la Rosa, director de la Real Academia Española. Partieron de casa de Quintana en un coche cedido por doña Isabel y precedidos por los carruajes donde iban los miembros de la Comisión. Hicieron su recorrido por las calles de Esparteros, Mayor, plazuela de Herradores, calle de las Fuentes, plaza de Isabel II, calle de la Biblioteca (actual calle de Arrieta), calles de San Quintín y de Bailén, hasta llegar finalmente a la plaza de los Ministerios (actual plaza de la Marina Española) donde se encuentra el Palacio del Senado.

    Mientras el poeta era conducido hasta la Alta Cámara, a la una y media de la tarde hicieron acto de presencia en una de las tribunas del Salón de Sesiones el Infante don Francisco de Paula de Borbón y su hija doña Josefa Fernanda de Borbón, seguida por su esposo el diputado don José Güell y Renté[1]. Poco después, entró en el Salón el Consejo de Ministros al completo, vestidos todos sus miembros de gran uniforme con la excepción del ministro de Hacienda, don Pascual Madoz, que iba de frac.


En el piso bajo de la tribuna de honor puede verse sentados al Infante Francisco de Paula y a su hija Josefa Fernanda. Junto a ella de pie, su esposo don José Güell.

En un segundo plano, a la izquierda y con bigote, los ministros: Joaquín Aguirre de la Peña (Gracia y Justicia), Antonio Santa Cruz (Marina) y Francisco de Luján Miguel-Romero (Fomento).
En un segundo plano, a la derecha y de arriba a abajo, los ministros: Pascual Madoz Ibáñez (Hacienda), Francisco Santa Cruz y Pacheco (Gobernación) y Joaquín Baldomero Fernández-Espartero (Presidente).
En un segundo plano, en el centro, los ministros: Leopoldo O'Donnell (Guerra) y a su izquierda en la imagen, Claudio Antón de Luzuriaga (Estado).

    A las dos de la tarde, salieron del Palacio Real por la plaza de Armas doña Isabel y su esposo don Francisco de Asís de Borbón, que tras pasar por la plaza de Oriente y calle de Bailén, llegaron al Palacio del Senado a las dos y cuarto con los acordes de la Marcha Real. Ella llevaba un traje de seda bordado de verde y adornado con encajes y un aderezo de brillantes y perlas, mientras que él vestía con el uniforme de capitán general. Fueron recibidos con honores a su llegada al Palacio del Senado y acompañados por los duques de Puñonrostro, por don Luis Ángel Carondelet y Castaños, II duque de Bailén; por don Vicente Pío Osorio de Moscoso, XIII conde de Altamira; por el capitán general de Madrid, los gobernadores civil y militar y miembros del Estado Mayor.


Sentados: doña Isabel y su esposo Francisco de Asís.
Detrás del trono y de izquierda a derecha: Luis Ángel Carondelet y Castaños, II duque de Bailén; y Vicente Pío Osorio de Moscoso, XIII conde de Altamira.
En la esquina inferior derecha, de arriba a abajo y de izquierda a derecha: Rosalía Ventimiglia y Moncada, duquesa viuda de Alba y camarera mayor de doña Isabel; Águeda Bernaldo de Quirós y Colón, condesa de Puñonrostro y dama de guardia; Francisco Javier Arias-Dávila Matheu, XIII conde de Puñonrostro; Alfonso Correa de Sotomayor y Pinto de Sousa, V marqués de Mos; Francisco de Paula Fernández de Córdoba, XIX conde de la Puebla del Maestre. 

    Acto seguido, entró en el Salón de Sesiones el poeta Quintana del brazo de Martínez de la Rosa y seguido de Ferraz e Infante. Tras besar las manos de doña Isabel y tomar asiento, comenzó la ceremonia. Obtenida la venia de doña Isabel, Pedro Calvo Asensio subió a la tribuna y leyó un laudatorio discurso donde ensalzaba la obra y figura del poeta Quintana:

    «[…] Mas para pronunciarle, inclinad la frente con respeto, porque ese nombre es el del gran poeta, el profundo literato, el eminente patricio D. MANUEL JOSÉ QUINTANA, patriarca de la libertad y príncipe de los escritores contemporáneos.

    […] Se trata de un español ilustre; su nombre no es patrimonio de ningún partido, por más que en política haya abrazado determinadas doctrinas; es una gloria nacional, pertenece á la patria, pertenece á la ciencia, pertenece á la humanidad entera.

  Y esa gloria, señores, ahí la tenéis personificada en el modesto anciano que nos contempla. ¡QUINTANA! ¡El gran QUINTANA! Al pronunciar su nombre, un santo recogimiento penetra en mi ser, y mi alma se llena de una emoción desconocida.

    […] La patria prepara ya el triunfo del poeta, y para mayor esplendor, para que ese triunfo sea más grande y más honroso, el JEFE DE LA NACIÓN, con una espontaneidad y una ternura superiores á todo elogio, á vista de su corte, ante la representación de todo lo notable que encierra este país, se apresura á colocar por su mano en las sienes del afortunado VATE la corona de laurel, que le dedica la patria agradecida.

    ¡Feliz tú, QUINTANA, que recibes el lauro nacional de manos de una dama y de una REINA!»

    Finalizado el discurso, don Juan Eugenio Hartzenbusch fue el encargado de coger la corona que se encontraba en la bandeja de plata sobre una mesa, cerca del solio regio, y entregársela a don Baldomero Espartero, presidente del Consejo de Ministros, que inmediatamente se la ofreció a doña Isabel. Quintana, apoyado en Martínez de la Rosa y el general Infante, subió hasta el trono y estando arrodillado doña Isabel ciñó sus sienes con la corona de oro diciendo: «Yo me asocio á este homenaje en nombre de la patria como Reina, y en nombre de las letras como discípula».


En primer plano ayudando a Quintana se ve a Martínez de la Rosa. Detrás de ambos están Valentín Ferraz (con bastón) y Facundo Infante.

  Quintana, visiblemente emocionado y con una voz muy tenue, leyó un breve discurso de agradecimiento, haciendo muestra de una gran modestia:

    «Señora: Me levanto de los piés de V.M. condecorado por su mano con una insignia poética tan honrosa para mí como inesperada. Nada diré de mi agradecimiento, porque es inmenso y de todo punto inexplicable. Pero sí manifestaré la sorpresa ó más bien el rubor que siento en mí al considerar el lugar en que estoy y el magnífico concurso y aparato que me rodea.

    Sé muy bien, Señora, que yo no merezco tanto. Sé bien, cuán lejos estoy de aquellos grandes poetas que dieron tanto esplendor á nuestra literatura en los tres siglos anteriores. Reconozco sinceramente el superior talento de los que en nuestros días cultivan con tanto aplauso el campo de las musas castellanas.»

    Cuando terminó de leer, se gritaron sendos vivas a doña Isabel y a Quintana por parte de toda la concurrencia, y se interpretó el himno de triunfo compuesto para la ocasión con música de Emilio Arrieta y letra de Adelardo López de Ayala. Esta cantata fue interpretada desde la tribuna de público por la orquesta del Teatro Circo, con los tenores Manuel Sanz Terroba y Carlos Marrón, la tiple Teresa Rivas y otra tiple desconocida.

    Para concluir la ceremonia, subió a la tribuna la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, que recitó una oda, escrita intercalando algunos versos propios del poeta Quintana sacados de sus obras. Tras finalizar, doña Isabel y su esposo fueron acompañados de Quintana, del Consejo de Ministros, del Cuerpo diplomático, de las autoridades y la Comisión a la sala del Palacio donde la Comisión de senadores Conservadores del Senado ofreció un buffet a los invitados. Éste fue servido por el repostero Mr. Cotte y costó 14468 reales.


En la tribuna, Gertrudis Gómez de Avellaneda. Junto a ella puede verse un grupo de periodistas y escritores que de arriba a abajo y de izquierda a derecha son: Enrique de Cisneros, Vicente Barrantes, Francisco de Paula Montemar, Joaquín Marracci y Soto, Manuel Llano y Persi, Juan Eugenio Hartzenbusch, Eduardo Gasset y Artime y Pedro Calvo Asensio.

    A las cuatro de la tarde y tras la marcha al Palacio Real de doña Isabel y su esposo, Quintana fue conducido de nuevo en el regio carruaje hasta su domicilio por el mismo camino y con los mismos acompañantes que a la ida, pero esta vez precedidos por una carretela abierta donde irían depositadas y de manera visible la bandeja de plata y la corona de oro. Así concluyó aquella ceremonia preparada con ilusión por los miembros de la comisión durante varios meses y que tan celebrada y comentada fue posteriormente por escritores y periodistas.[2]


[1] El matrimonio morganático entre don José Güell y doña Josefa Fernanda hizo que ésta perdiese todos sus derechos y título de infanta en 1848, teniéndose que ir a vivir desterrados a Francia, donde residieron cuatro años.

[2] Algunos ejemplos son:

BARRANTES Vicente, Coronación del eminente poeta D. Manuel José Quintana, Madrid, 1855.

CAÑETE Manuel, Estudio de don Manuel José Quintana, Madrid, 1872.

Cartas de Pedro Fernández en La Época, nº 1850, 26 de marzo de 1855, pp. 3-4.

El poeta Quintana, coronado por Victorino Tamayo, La Esfera, nº 786, 26 de enero de 1929, p.47.

La coronación de Quintana por Antonio Sánchez Moguel, La Ilustración española y americana, nº 13, 8 de abril de 1893, p. 230.

Coronación de Quintana por Tomás Luceño, Blanco y Negro, 16 de diciembre de 1928, pp. 66-68.